El urbano placer de leer de nuevo a Luis Fayad
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La novela “Testamento de un hombre de negocios” del escritor colombiano Luis Fayad fue publicada por Arango Editores en el 2004, y desde ese momento marcó huella en la ya larga historia del abordaje literario al fenómeno del narcotráfico en Colombia (1). Sin embargo, no se han hecho los debidos reconocimientos a este texto que continúa la línea del observar sociológico de la ciudad, y que este autor inicia décadas atrás con “Los parientes de Ester” 1978, “Compañeros de viaje” 1991, “La caída de los puntos cardinales” 2000, y luego “Testamento…” que diría, mira con el cuidado de un novelista y el detalle de un sociólogo la evolución de nuestra sociedad en tres momentos distintos, pero unidos con un hilo conductor que hace preocupación común en las tres novelas.
Esta, novela negra, de acción, dura, violenta, bien escrita, inteligente, relata la conformación de un negocio empresarial, que la abuela reúne y hace crecer alrededor de una familia para traficar, comercializar una “mercancía”: sacarla desde los procesadores, por el interior y luego al exterior del país.
La abuela Nicolasa, papito, Jacinto, su hermana Juana Inés, Fabiola y su hermano Lucio, junto con otros dos amigos de infancia y vecindad, Marcelo y Régulo, con sus tres primas, desde la menor a la mayor, conforman una empresa familiar efectiva, creciente, con una moral y una ética propia donde el negocio es lo primero, lo fundamental, lo sagrado, la razón de ser, el fin último, la “familia”, la unidad, la lealtad, el valor, el afecto tribal, la única garantía del éxito.
Es una novela dialogal y su logro mayor es mostrarnos la acción, que nos emociona, que impide detener la lectura de la peripecia que siempre le relatan a Jacinto, (el protagonista), cuando a este le dicen que otro le contó cuando su prima menor elimina de tres disparos al personaje que estorbaba, lo elimina sin temblarle el brazo. Y el lector lo percibe como si fuera un relato en primera persona, y no este, contado a través de otras dos que dicen que el otro contó que vio. He aquí, uno de los mayores logros narrativos pues esta novela está totalmente sostenida así: otros dicen haber sabido lo que leemos, como si fuera en primera persona.
La ciudad está ahí, no ya la de “Los parientes de Ester”, llena de lluvia, familias, empleaditos y calles de clase media baja, y chocolates de olleta; tampoco en “Compañeros de viaje”, que sucede en los barrios y con los estudiantes y familias de la Universidad Nacional, la carrera de sociología, el discurso del cura Camilo Torres y todos los demás que emprendieron las pedreas, la lucha revolucionaria de los setentas, no, aquí está la siguiente etapa, de una nueva familia y otros jóvenes con ideales del narco y con otros conceptos de moral que construyen el hoy tan peligroso, preocupante y asesino negocio de la cocaína que ha invadido nuestro país y todas las clases sociales.
Posee escenas urbanas, intensas jornadas de enfrentamientos armados entre bandas de distribuidores, persecuciones por calles destartaladas, barrios normales, amores cruzados por intereses económicos, líos de familia, incursiones en la selva para abrir y vigilar contactos y cargamentos y, sin cambiar la estructura narratológica que he descrito, el lenguaje se vuelve poético, como lo es cuando hay que ir hasta los territorios indígenas para hablar con Anepo, el líder de la comunidad quién se expresa con metáforas naturalistas y él, Jacinto, oye que le describen el verde, el azul, los fangales, la portentosa vida que se destruye poco a poco en medio del verdor oloroso al sol. Y luego relata la tragedia de un niño de 13 años desplazado, abandonado y reclutado a las filas de uno de los ejércitos; portando un arma, se encuentra allí entre la maleza y los laboratorios, sobre ríos y odios incomprensibles. El cuadro no puede ser más justo para repensarnos.
Es una novela que nos dibuja este aspecto de nuestro país, y de forma particular, el rasgo de una familia involucrada en el negocio, pero que permite entender su comportamiento con este estudio social tras la novela. Detenernos en los rasgos sociológicos de una justicia, de una moral, con unas leyes totalmente establecidas. Creo definitivamente que aquí está el potencial de esta trilogía diría, si se piensa en la ciudad también como protagonista, como parte de ese ser que se transforma con o por los hombres, y que estalla con ellos.
Deseo mencionar tres aspectos del método narratológico, que me parecen notorios: Uno, la estrategia cuando Régulo, ya muerto, se acerca hablar con Jacinto, su amigo de callejerías preadolescentes y ahora pilar del negocio. Él, jacinto, conversa con el muerto, y el otro, como si estuviera vivo, le da explicaciones, le dice, cuenta historias a un lector que entusiasmado recuerda esta estrategia en la novela “Pedro Páramo” de Juan Rulfo pues ambas han sobrepasado esa barrera de lo real para entrarse en un espacio donde el discurso es lo único importante; El otro aspecto, el sueño de Jacinto, al final de la novela, cuando el gobierno legaliza la droga y el negocio se derrumba. Hay aquí un análisis de las posibilidades, muchas veces planteadas desde el punto de vista social, político y económico en Colombia y en muchas partes del mundo, pero en la novela, en la ficción, dentro de un sueño, la situación discurre para la sorpresa del lector. Y tres, la novela es redactada por un escritor al que le piden que cuente la vida y peripecias de Jacinto el “capo” del negocio, descrita por él y por otros… vaya eco de voces y de historias, las que leemos.
“Testamento de un hombre de negocios”, una novela que precede a “La caída de los puntos cardinales”, es sin lugar a dudas una historia y una narración bien lograda que debería ser leída con mayor detenimiento por el público y los estudiosos del tema, con el cuidado que requiere la obra de un escritor que no escribe, ni publica una novela cada año.
Dejo, mi opinión aquí, y agradezco la amistad con Luis Fayad, de la cual gozo desde Luvina cuando nos conocimos hablando de la ciudad, en un momento que aproveché, como este, cuando el escritor visita su ciudad natal, con la clara y única intención de no alejarse de ella, ni convertirse en un exiliado a pesar de los 50 años que lleva viviendo fuera. Le agradezco su fidelidad carnal, su mirada sociológica, sus afectos cuando nos encontramos, como ahora en la Feria del libro y los días siguientes tras una taza de café y una conversación, donde nos reiteramos como se reiteran los sobrevivientes.
(1) “Coca”: novela de la mafia criolla (1977) de Hernán Hoyos, “El cadáver de papá” (1978) de Jaime Manrique Ardila, “La mala hierba” (1981) de Juan Gossaín, “Divino” (1986) de Gustavo Álvarez Gardeazabal, “Leopardo al sol” (1993) de Laura Restrepo, “Cartas cruzadas” (1995) de Darío Jaramillo Agudelo, “El zar”, “el gran capo” (1995) de Antonio Gallego Uribe, “En voz baja” (1999) de Darío Ruiz Gómez, “La lectora” (2000) de Sergio Álvarez, “Hijos de la nieve” (2000) de José Libardo Porras, “Quítate de la vía, Perico” (2001) de Umberto Valverde, “Comandante Paraíso” (2002) de Gustavo Álvarez Gardeazabal, “Angosta” (2003) de Héctor Abad-Faciolince, “Batallas en el monte de Venus” (2003) de Óscar Collazos, “Delirio” (2004) de Laura Restrepo, “El Eskimal y la Mariposa” (2004) de Naum Montt, “Sin tetas no hay paraíso” (2005) de Gustavo Bolívar, entre otras.
Carlos Luis Torres Gutiérrez, escritor
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