Abordaje a los últimos textos de Alejandra Pizarnik… al cumplirse 52 años de su muerte
La escritora argentina Alejandra Pizarnik (1936-1972), es tal vez una de las poetas latinoamericanas de mitad de siglo más leídas, (especialmente por los jóvenes), porque su vida fue un solo mirar hacia dentro, construir con su cuerpo un poema, hacer de su vida un espacio poético, y esto tiene un mágico atractivo para todo aquel que se acerca a ella. Con seguridad, uno de los poemas que mejor puede ejemplarizar su vida, es este:
Vértigos o contemplación de
algo que termina. (1)
“Esta lila se deshoja,
desde sí misma cae
y oculta su antigua sombra.
He de morir de cosas así.”
Ella se llamaba Flora Alejandra y por ello dice: “Esta lila” y se deshoja, cae,
y al llegar al suelo oculta su propia sombra. Sí, se suicida el 25 de
septiembre de 1972 con una buena porción de barbitúricos, al salir de un
hospital donde la tenían recluida.
Su escritura, no fue muy extensa,
son pocos libros: “La tierra más ajena” (1955), “La última inocencia” (1956),
“Las aventuras perdidas” (1958), “Árbol de Diana” (1962), “Los trabajos y las
noches” (1965)”, “Extracción de la piedra de la locura” (1968), “El infierno
musical” (1971), sus Diarios, un relato largo, una obra de Teatro y algunos
ensayos. Este texto pretende entender las razones de su prosa fracturada de sus
últimos días, que ha sido interpretada, por muchos de sus estudiosos, como un
rasgo de enajenación. No, ella realiza una búsqueda literaria consiente que
muestra su fractura, que mezcla lo propio con lo ajeno, su doler con el poema,
ahonda con rudeza en su prosa poética, para ello utiliza el humor, la ironía,
el neologismo, la traslación silábica, la desmesura, etc.
Alejandra Pizarnik no fue una
escritora de textos largos. El más extenso suyo “La Condesa Sangrienta”, es
apenas un conjunto de breves relatos que describen las torturas y muertes que
la Condesa Erzsébet Báthory (1560-1614) les practicó a centenares de mujeres
jóvenes, en el Castillo de Čachtice, actual Eslovaquia. Este texto largo de
Alejandra fue publicado en 1966 en la revista “Testigo” de Buenos Aires, y los
demás conocidos son breves ensayos y narraciones sin mucha ligazón, pero que
efectivamente, pretendieron la experimentación, la búsqueda de caminos
diferentes a la ya explorada por ella, en sus libros de poesía que es su obra
más conocida y admirada y por la cual ha pasado a la historia de la literatura
latinoamericana y hoy es símbolo, y personaje mítico para muchos jóvenes y
viejos que la perseguimos con placer intenso.
Recordemos que la fórmula poética
por ella utilizada, cual es llegar al mismo lugar, al inicio de la frase,
fórmula que ha tomado del poeta Antonio Porchia, se suma a algo muy propio suyo
cual es la brevedad, la intensidad y la austeridad. Además de su abordaje con
la imagen surrealista y al igual que el “otro giro a la tuerca”, se acompaña
con la ubicación del sujeto al final del verso (en muchas oportunidades el
sujeto, es el “personaje alejandrino”, es decir ella). Todos estos elementos
constituyen el método, el andamiaje para la elaboración de su filosa poesía.
Miremos estos ejemplos, tomados de su libro “Árbol de Diana” y de “La última
inocencia”.
“explicar
con palabras de este mundo
que
partió de mí un barco llevándome”
“Se fuga la isla
y
la muchacha vuelve a escalar el viento” (“La última inocencia”)
“como un poema enterado
del
silencio de las cosas
hablas
para no verme”
Los escritos a partir de 1966, ya viviendo de nuevo en argentina, después de años
fecundos en París, dan señal de su trabajo intenso en la indagación de nuevas
formas para continuar haciendo con su cuerpo, el cuerpo del poema, como dijo
muchas veces. Por eso “echa mano” de textos y de autores que más la
obsesionaban, rasga trozos de ellos y los pone, como un collage, como puertas
que se abren a espacios propios, pues son estos, campos de preocupación común:
“Alicia en el país de las maravillas” de Levis Carroll, es casi “su alter ego”,
ha perseguido este personaje en el jardín, el nombre suyo y el de la pequeña
comienzan por “A”, ambas son dos niñas que buscan llegar a un lugar en terrenos
y túneles oscuros que no entienden; “Los cantos de Maldoror” ha sido su libro
de cabecera desde su adolescencia; Antonin Artaud, su escritor favorito pues su
prosa ardiente y desdentada, procaz e insultante, en esta etapa de la vida de
Alejandra, constituye una salida.
Uno de los textos breves al que quiero referirme es “A tiempo y no” (2), escrito por Alejandra
Pizarnik en 1968 y dedicado a Enrique Pezzoni (3), relata la historia de la
niña que va a conocer y a conversar con la Reina Loca, y va acompañada de la
muerte. El diálogo entre estos personajes, se desarrolla en casi tres páginas,
sin principio, ni final, sin tema más que el absurdo de una conversación de
tres figuras que se juntan: la niña, la muerte y la Reina Loca, (infanta una,
abstracta la otra y demente la tercera). Pero que sirven de soporte al intento
de una nueva estructuración del texto Pizarnikiano, que obviamente se queda
trunco con su muerte.
Pero conserva su método
recurrente de la construcción del poema, cual es llegar al mismo lugar, inicio
de la frase, es decir, dar la vuelta y morderse la cola, o mejor, recorrer el
aro. Pero ahora introduce en su sustrato la imagen de “Alicia en el país de las
maravillas”, de la niña que es Alicia y ella, además incorpora, sin anunciarlo,
segmentos de Antonin Artaud del “Rito del sol negro”. Y como él, utiliza la
palabra rota, el texto fracturado, el que no pega pero está al lado, pues lo
que intenta decir es eso: la desgarradura, no las partes que quedan, sino la
herida.
Alejandra es plenamente
consciente de lo que hace: al final de este texto (“A tiempo y no”) ella dice
que alguien cantaba una trivialidad a las flores, pero también había una voz
que cantaba otra cosa y lo que canta, lo hace en francés, es un segmento del
poema de Artaud (4), un poema que habla de la madre, de la madre tierra, que
babea pero es la madre, la suya, claro, la de Alejandra.
“A tiempo y no” es una búsqueda. Ella en él pretende, lo mismo que en los
poemas de este periodo: la exploración, pero aquí con mayor extensión.
Alejandra se apropia de los escritos de otros, que ya son suyos, nadie más
parecido a ella que Lautréamont, Artaud, Carroll (un mal amanecer, hace poesía
para vivirla, Alicia). Nada tan surrealista como la poesía de Artaud y por
tanto apropiado incluirlo textualmente (sin anunciarlo) para que este complete
la triada de su método de estructuración del texto poético.
“El hombre del antifaz azul” es
otro texto, tal vez de 1969, en el cual sigue a “Alicia en el país de las
maravillas”, reemplaza aquí al conejo, por el enmascarado que corre porque
tiene prisa; se cae por un hueco-túnel sin fondo y ve pasar muchas cosas, el
hombre corre y dice una que otra palabra soez que se convierte en comicidad, y
A. se encoje, se agiganta, llega a los jardines y busca la llave para abrir la
puerta.
Al caer por el hueco, como en
“Alicia en el país….”, recuerda a Lord Chandos, quien en 1902 es mencionado por
Hugo Van Hoffmanthal, en su texto “Cartas a Lord Chandos” quién habla de la
incapacidad del lenguaje y el arte para comunicar, pero también ella hace
alusión a los versos de “La canción del destino de Hiperión” de Friedrich de
Hölderlin, y luego a un verso de la poeta uruguaya Delmira Agustín, que aparece
por el motivo de encontrar la llave para la cerradura, pero aquí el poema de la
uruguaya, con estilo y voluntades disímiles, suenan y surgen en el texto de
Alejandra por la mención de los objetos que ella nombra o escribe. (“.. cuando
tu llave de oro cantó en mi cerradura” y A. busca la cerradura adecuada para la
llave, son alusiones sexuales-eróticas-sonoras, ambas).
A. encuentra la botella con el líquido para empequeñecer, pero esta vez tenía
una inscripción “Bébeme y serás la otra que quieres ser” que es un poema de
Vicente Huidobro titulado “La mujer que sabe”. Ya pequeña, se da cuenta que ha
olvidado la llave encima de la mesa pero no puede alcanzarla, entonces se
compara con Gregorio Samsa y acto seguido hace referencia a uno de los versos
de T.S. Eliot, en “Tierra baldía”, se sienta en el suelo y echa a llorar (“A
orillas del Lemán, me senté y lloré”). Pero hay que señalar que estos textos no
le prestan utilidad para la reflexión, son simples “estacas” de otros autores
(a quienes no les otorga crédito, pero los escribe en Itálica) que imaginamos,
estaba leyendo o había leído y recuerda. No existe aquí una exigencia de
relacionamiento conceptual, pareciera tener correspondencia con su dificultad
para concentrase, para avanzar, pero hay que tener en cuenta que Alejandra
estaba en la búsqueda de una nueva forma para su obra. Esto que leemos es diferente
a su poesía anterior.
A. pretende volver a crecer y
encuentra otra botellita con la leyenda: “Bébeme y verás cosas cuyo nombre no
es sonido ni silencio”, líquido que ella consume en su totalidad acogiéndose a
este verso, que algunos aseguran que es de Pablo Neruda.
Los trabajos que se continúan en
1971, meses antes de su muerte y a partir de “El infierno musical”, son
escritos desde el otro lado del espejo, un poco siguiendo la ruta señalada por
el segundo libro Lewis Carroll (“A través del espejo y lo que Alicia encontró
allí”). Otras leyes operan en este lado del espejo, estas leyes no son las que
vive en su normalidad el lector, que aunque se encuentra extrañado, sabe que
lee un cuento infantil donde están las “realidades” maravillosas de nuestra
infancia. Alicia cruzó la superficie y se encontró con un mundo idéntico pero
al revés. Opera una lógica visual que es al contrario. La novela de Carroll
aquí es más compleja, más difícil, tal vez por ello no tuvo tanto éxito. Podría
pensarse que en la primera parte de la obra de Alejandra sucede a este lado del
espejo; la segunda parte, esa que llamamos de prosa fracturada, transcurre al
otro lado del espejo.
Podríamos pensar que Alejandra
continúo la ruta literaria de Carroll: cruzó el espejo. Los textos finales son
escritos desde un lugar más allá, donde las asociaciones las hizo por su
sonoridad, uniendo dos vocablos, pegando varios de ellos, burlándose de sus
personajes. Alejandra no era una mujer racional, era lo contrario: hacía con su
cuerpo el poema. Aquí, desde esa situación personal un tanto inestable de sus
últimos años, donde operaba cierto descontrol, escribe. Había cruzado una
frontera que es la superficie del espejo y desde allí miraba el mundo, y lo
describe. La lectura de “La bucanera de Pernambuco o Hilda la polígrafa”, por
ejemplo, es, desde su título una lectura difícil, nos obliga a leer una
escritura que pensamos posee una clave, no es el texto de una desquiciada, como
pensaría un lector desprevenido. Ella nos invita a mirar el mundo desde el otro
lado, donde está ahora ubicada.
“La bucanera de Pernambuco…”
posee dos índices, y ninguno corresponde al contenido de la obra. El primero
“Índice ingenuo o no” que sugiere, no sólo la ambigüedad, sino la totalidad,
está dedicado “a las hijas de Lot” (recordemos que hay allí un incesto. Además
su madre fue convertida en estatua de sal y ellas (las hijas) emborrachan al
padre, tienen relaciones sexuales con este para quedar embarazadas. Las dos
mujeres no tienen nombre). El otro índice se titula “Piola” (hilo, cabuya) está
dedicado a la Hija de Fanny Hill (obra así titulada y escrita por John Cleland
en 1748, mientras el autor se encontraba en prisión y calificada como la
primera obra pornográfica inglesa). Señalo esto para confirmar que Alejandra
era consciente de lo que escribía. Simplemente es la visión desde un lugar que
no es el que habita el lector. Cada capítulo está dedicado a una persona: el
primero “La pequeña marioneta verde” a Lichtenberg quién fue un científico,
astrónomo y escritor alemán (1742-1799); el segundo a Harpo Marx, el número dos
de los hermanos Marx, actor, mimo, músico norteamericano (1888-1964); etc.
“La bucanera de Pernambuco…” es
el punto más alto en la segunda etapa literaria de Pizarnik. Es una búsqueda
donde elementos disímiles se juntan, es una fractura donde no se ven las partes
sino las partículas de la herida atomizada. Nada es al azar. Es sonoridad,
conocimiento, ocurrencia, humor, juego, divertimento, dislocación,
atrevimiento, búsqueda, necesidad de expresarse sabiéndose en el otro lado del
espejo. Es todo eso y un poco de su fractura, de su “tambaleo” por caminar
largos trechos sobre la cuerda floja, como lo hizo toda la vida.
Se dice que es una prosa
fracturada. Es la mirada desde el lado de allá. Dije que Alejandra hacía
literatura con su cuerpo. Eso hizo, un día, desde el fondo del espejo, no pudo
soportarlo y se quitó la vida.
(1) “Extracción de la piedra de la locura”, 1968, pag. 214
(2) “Prosa
completa”. Pizarnik, Alejandra. Edición a cargo de Ana Becciu. Editorial Lumen.
2001
(3) Poeta,
profesor, crítico literario, escritor y traductor argentino, nacido el 25 de
febrero de 1926 en Buenos Aires y fallecido el 31 de octubre de 1989.
(4) Et en bas, comme au bas de la
pente amère,
Cruellement désespéré du coeur,
S´ouvre le cercledes six croix,
très in bas
comme encastré dans la terre mère,
desencastré de l´entreinte inmonde de la mère
qui bave.
Carlos Luis Torres G., 25 de septiembre de 2024
su novela “Alejandra la poeta que
murió de su vestido azul”.
https://carlosluistorresgutierrez.blogspot.com/
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