Poemas para Palestina.
En estos días difíciles he
recurrido, como un náufrago, a agarrarme a un lápiz. La poesía es alivio además
de otras palabras que se le atribuyen. Este perchero es el lugar para colgar el dolor y la rabia; también con el escribir canto para connotar verdades y
dejar ver aquello, que oculto, da razón hoy de esta lucha desigual, donde la
marginación y la muerte han llegado al límite extremo.
Desde muy joven oí del
despojamiento realizado al pueblo palestino, y luego reconocí la razón de su
lucha y, por supuesto, un distanciamiento ideológico con Israel me ha
acompañado con convencimiento durante todos estos años. Hoy que las imágenes de
los bombardeos sobre la ciudad destruida nos horrorizan y que el gueto de Gaza
ha llegado a los umbrales del horror, he avanzado en la escritura de algunos
poemas, con el deseo que no sean "panfleto", ni la descripción
simple, sin alivio. ¡Horror!
Le escuché al poeta Víctor Rojas en su prólogo para una selección de poemas para Palestina que dijo: "... aunque tengamos la sensación de que un verso en estos momentos de locura es menos efectivo que una rosa en un riel para detener un tren" ... seguiré escribiendo. .. lamentablemente es cierto pero no encuentro otra manera de poner mi voz y mi acción:
Hoy 30 de septiembre de 2024 la imagen de de Palestina sólo nos puede llenar de horror y de la sensación de una pérdida terrible para la humanidad. Sobre esta imagen ya no es posible escribir.
XIX.
Sobre mi cabeza resbalan las estrellas
y cubriendo el suelo, solo los
escombros.
Debajo de estos, miles de muertos y
bajo ellos, el desierto.
La tarde cae y alarga las sombras,
el viento sopla y hace de trapos unas
velas.
La vida la han barrido en poco tiempo,
han arrancado los cortos árboles, los
sembrados,
la escuela y la ciudad entera. Se
llevaron los minaretes,
la venta de verduras, la carretera.
Camino solitaria, no hay miedo, ni
soldados.
Todos se han marchado. Pongo mis
zapatos sucios
entre mis desportillados dedos y bajo
… contando postes
me distraigo, no hay nadie, me dijeron
que la vida queda en otra parte.
XVIIIA.
Un deslizarse desde el cielo, como
maldición de dioses,
como sonido de trompetas y gritos de
demonios
cayeron sobre sobre nuestros cuerpos.
Años va de tanta, monstruosa saña,
vozarrón infame,
muerte cubierta con andrajosa fealdad
brutal,
peste sinvergüenza, escupitajo.
Retiro el rostro del mundo y lo
sumerjo entre mis manos.
Apago mi voz también los dedos, cruzo
mi alma
y luego susurro una y otra vez el
nombre
de la bisabuela, o de la mujer más
allá del aire
que me queda… mientras vivo.
611.
Tantos rostros posee el
silencio pero este de hoy,
me cubre con una pátina
de paja seca.
Bombas caen sobre
Palmira, la ciudad del dátil…
eterna. La del Oasis
cálido de Afqa, la ciudad angosta
de Zenobia emperatriz,
la conquistada por Antonio,
visitada por Adriano, la
del teatro Romano de arcos y columnas,
el lugar medicinal para
años y millares de viajeros
del desierto, ha sido
bombardeada.
Hoy no habla el silencio
inteligente, lejos
el poema en arameo,
distante quedan
los espacios entre las notas
de un oud.
Los rostros de muertos
niños… un silencio
me envuelve hoy con una
capa de paja seca.
Me maltrata la
inutilidad de un verso aquí.
Esta palabra sobra por
su inacción,
por su incapacidad, por
este detestable modo del silencio.
(C. Torres, noviembre 20 del 2024)
451.
Éramos como dos aves paradas sobre roca,
amenazadas por el ruido, por la sangre, por el
polvo enardecido.
Miré tus ojos desgarrados por tanto tiempo a la
espera
de un espacio, para poner un pie, o tocar el
agua.
Miré tus manos sin plumas, sin humedad,
encallecidas,
fracturadas por la brega cotidiana de tapar el
sol,
y ahora, en medio de la luz blanca y el polvo
que producen
los destellos de esta guerra, añoro la escuela
al aire,
la maestra de pasos milenarios y tu mano seca…
puesta
al lado de la mía.
Ahora que somos dos aves paradas sobre roca,
que tu canto busca recodos en este mundo sin
silencio,
entre este pelotear desgracias y batallas
quiero simplemente decirte, que muy atenta
espero
que una grieta te permita repetir
lo que enseñaron en la escuela ¿… lo
recuerdas?, era un canto
que llevaban las mujeres en la boca,
que paseaban con el ritmo de sus pasos
y que tu cantabas con el alma…. Sí, ahora lo
requiero.
452.
Un viento sin hojas, sin palmotear de pájaros,
sin alivio. Un volar de amarilla arena,
caliginosa,
como lija de viejo carpintero, cual serrucho,
como cualquier espinero. Como un ruido.
Un viento que tropieza a cada rato, con las
ruinas tristes
de esta bodega de almas puestas hace años,
como pellejo de camello seco,
cual huella sin sombra y sin lagarto.
Un montón de escombros son estos,
retazos de un lugar donde soplaron las voces
de millares y la mía parada en esta piedra,
espero.
(Amarré un hilo entre mi dedo y el tuyo,
para que no te fueras.
Puse en mi mano unas hojas dentadas, tan
chicas,
que por milagro aparecieron en las grietas
de una humedad de casi pájaros… porque quería
que escribieras.
Puse a secar y saltar los sueños de uno en uno
hasta poder construir un simple verso.)
Aquí me encuentro en medio de esta guerra:
Mujer de manos secas, poeta sin papel,
conversando sola en medio de cosas olvidadas,
a la espera de un oído y de un amor…
cosas indispensables para ganar la guerra.
457.
de la vid que un día
decide plantar delante de su casa.
Me gusta el color azul y verde de su falda
larga.
El pañuelo que oculta su cabello, café oscuro,
apretando
sus orejas, hace que su sonrisa tenue, parezca
indivisible
con su alto cuerpo y robustas manos.
La veo allá, bajando un breve sendero de piedras.
Sé la canción que silba,
el tamaño de sus acorazonadas hojas verdes,
su dentado borde y largas nervaduras.
Como ella, agarrada con junquillos, trepa
firme,
va rumbo al cielo, nada la detiene, busca aire,
una nube, un salto más y se pondrá a reír como
aquel pañuelo.
Esa mujer tiene siglos, se percibe por los
senderos de sus manos,
que cruzan y se separan, van muy lejos se
diría.
También las huellas dejadas por unos pies
largos y profundos,
su sombra fuerte, ya sin miedo. Me gusta el
sonido leve
de su falda cuando roza, el cielo.
…Esa mujer incombustible y perenne.
459.
Gaza en octubre
(Una ola de arena negra, como pólvora se asoma.
Trae un galopar borracho, amenazante, con ruido
sordo,
cual tormenta de muerte, desde el norte.
Como fantasma rodó sobre el suelo.
Como rueda la muerte, a punta pies, aquí y
allá.
Dejando un dolor agudo sobre la piel, y un
morir
dentro, ciego, sin ver el rostro,
apenas un tronar de cielo.
Cayó octubre de un año cualquiera,
comienzo de oscuridad. Unos niños juegan entre
escombros
de escalera, lanzan una pelota verde polvo y
apenas ríen,
otros hacen muecas simples sobre la arena.)
La mujer tomó sus dos hijos de la mano y corrió
calle abajo
sobre un terreno endurecido muerto de sed y
verde.
Sin voltear el rostro, por temor a ser otra
estatua de sal,
lanzóse en carrera, con los labios apretados…
¡Huyó!
484.
Me aquejo del rumbo seco.
Mis fatigadas manos tropiezan con las piedras
sueltas,
con la cal que del muro cae, con el viento.
Quebranto dicen por esa falla, por el dolor de
la fractura,
de la aflicción, imposible de llevar sin pena.
En esta larga franja donde hemos acumulado
todo:
Los hijos, la creencia, dos enredaderas, la
esperanza y un bordado…
entre edificios agolpados que arrinconan
sueños,
se desecan amores y se deshacen de congoja
pequeños objetos milenarios… muero.
Imposible nombrar, por no tener igual,
ni significado propio, está más allá de la
brutalidad o la barbarie,
más allá de la insensatez, de las malolientes
manos:
Mucho más terrible que la muerte, que el vagar
por el infierno,
más que las lágrimas de sangre, de ese
Guayasamín, que desde
sus desorbitados ojos, cruzan el rojo con los
dedos.
(Hoy en silencio, me duele, digo.
Un grito sería inaudible, demasiados estos. Mis
manos al aire,
mis pies galopando por la calle, un grafiti
negro, todo inútil, pienso.
Sí lo sé, inútil, solo puedo … un verso.)
461.
Un taller de fabricación de prótesis para
soldados
mutilados. Por eso las mesas estaban llenas de
desnudas
piernas rosadas que arreglábamos con nuestras
manos,
con lijas, aristas, embragues y zapatos.
Más izquierdas, menos derechas otras. Cojea la
luz que entra
acariciando los postigos de las ventanas,
deambula el golpe de martillos sujetando las
correas,
brillan los dedos unidos como patitas de rana
y los zapatos negros casi todos, de cordones,
muy ajustados.
Arrastran nombres, también señas y la mujer de
mi lado
suspira porque con esta, se vería muy apuesto y
muy altivo, piensa bajo.
La vi sonreír cuando el viento entró
y parpadeó al ver el batiente de la puerta
golpear
el muro encalado. La vi soñar con los dedos
pues no había hablado en meses que estamos
juntos,
y ahora que la remesa está completa,
le vi en sus dientes blancos, un galopar de
suspiros,
y un trepar los párpados.
Reír cuesta hoy.
Un cielo nublado y a punto de llover.
El azul desplazado por el gris humo,
a punto de bombardear.
La huida, como cualquiera,
… basta con contar los niños
y abandonar la abuela.
La vida, se juega con cualquiera,
basta con estar a uno u otro lado.
La felicidad, existe entre uno y otro trueno.
La paz, creen que basta con decir: Guerra a la guerra.
Me quedo en silencio, hilvanando nubes.
536.
(a esa niña palestina)
La ciudad gris
vuelta escombros. Un asomo
de cuatro
árboles mustios, rodean con sus ojos,
el hormiguero
de humanos mirándose las manos.
Una niña sin
capul, sostiene una muñeca y su cartera,
mira un cielo
amarillo cruzado por bengalas,
y montañas
sucesivas, quemándose a la distancia.
Sabe
que debe dejar atrás este infierno imposible
y
corre en desbandada. Ve un continuar de dunas y de carpas,
ni
un pájaro, ni una rama, ni una sombra,
solo
un ulular de gritos, un correr de sirenas
y
de espinas.
Abunda
una sed interminable. Ella sabe
que
todo ha empeorado: que solo queda un
lugar
de muertos agolpados, un hambre encima de la otra,
una
madre viuda, el llorar de huérfana,
y
un rincón de silencio ... de rojo sangre.
Todo
ha empeorado. Un final incierto asusta
cuando
ella se tropieza contra el muro.
Ve
el cielo azul, un avión a lo lejos se cruza con las nubes,
sus
manos secas y arenosas raspan los labios,
y
sin lágrimas, sobre este mundo de monstruos,
murmura
que desconfía de los dioses.
549.
Cuando
las llamas alcanzaron la altura de los dioses,
los
hombres, desde abajo, gritaron enloquecidos.
Cuando
las llamas hablaron de la muerte de los hombres,
los
dioses huyeron despavoridos.
Solo
quedó el campo desierto. Un olor agrio,
un
resplandor de sal. Unas sábanas batidas por viento
y
un llanto de niño se agotó cuando el sol cayó.
Los
árboles sin hojas. Las casas sin tejados.
La
arena con las huellas del huracán apenas
se
quejó, y un tumulto de seres
enmudeció
el mundo, para la eternidad.
568.
Todo
es baldío, incluyendo el cielo incoloro
y
con hastío. Repaso mis manos que suenan
como planchas metálicas y sonríen cual viejas de templo,
plomiza,
sin puerta y en pueblo arrasado por impíos.
Desolados
mis ojos, cansadas las banderas,
nuestras armazones se cubrieron de orín
y
un moho verde nos envolvió la piel,
ahora
que hace tiempo que hemos muerto.
Distante
queda todo hoy. La ciudad construida
sobre
este descampado que se eleva en edificios cobrizos,
en
gigantes puentes y hasta he soñado un río.
Tumultos
de personas trepan en silencio,
atraviesan
un parque, recuestan sus cuerpos,
en
busca de un sombrío.
Cansado
de oír letanías y sermones,
palabras
vacías muchas veces repetidas,
sentencias
y anuncios vomitivos,
cruzo
brazos, cierro ojos,
apunto
y con lentitud doy cuenta
de
lo distante que ha quedado todo.
571.
(“Necesitamos que paren este
genocidio y
esta masacre”: alcalde de Rafah)
Tanta
barbarie sobre otras.
Ladrillos
derruidos y más ruinas,
polvaredas,
fotografías de ciudades apocalípticas.
Miles
de muertos unos sobre otros.
Los
gritos del dolor y de los que piden detener esto
en
salones y en las calles.
Todo
se volvió cotidiano.
Acostumbramos
nuestros ojos, pues
al
instante aparece en la pantalla,
por
los medios y en los relojes de pulsera.
Las
fotografías son terribles y no distinguimos
ya
una de la otra.
Ni
los llamados a una paz, ni los poemas, ni los cantos,
las
marchas las detenciones las solidaridades
las
declaraciones las entrevistas y las súplicas.
Una
a una se deslizan ante nuestros ojos que miran
en
silencio, sin asombro, ya no impacta, no impacta otro niño muerto.
Ha
sucedido la tragedia, la mayor: Se ha endurecido el corazón…
y la razón, y la moral,
…. y la humanidad.
576.
Lejos, en los confines del frío
queda esa calle.
Un poste de madera y letrero amarillo
anuncia fin del perímetro urbano.
Siguen vientos más helados,
mi escritorio entre estos.
Planté una sábana de nubes
sobre dos palmeras muy altas
y me senté a esperar el atardecer
para extraer un rojo que debo
poner en el tintero.
Continué en silencio, lejos,
con las manos paralizadas, los labios,
y los ojos, las plantas de los pies.
Inmóvil, vi caer del cielo la noche negra
y gritos bajos en el aire,
luego de las noticias de la masacre eternizada.
Lejos, en los confines del frío, ni palabra.
Un poema baldío, solo puedo.
577.
Ante
la insensatez ocurrida,
la
impotencia impera.
No queda ni la sombra de un muro sobre el
suelo.
Un grito-llanto se desliza a ras de tierra
y una sed se esconde en la aridez.
Puse mi mano sobre la tuya,
vi la nube lavanda,
el rastro suave de tus palabras idas,
el correteo de un ave en sombras
y un silencio impotente ante el frío.
Todo había terminado entre tu mano
y la mía. La dejé yerta, y sin poder
arrastrar los pies
me fui, a desandar palabras
como único escondite.
XV.
Un tronar de cielos y la muerte con la boca
seca.
Ahí al lado en el campamento de refugiados
se juega con los dedos.
Un cielo de amarillo y gris humo,
una tierra sin agua y sin yerbajos.
Una vida sin nadie y sin aliento.
Por fortuna, aún un niño trepa su cometa por
los cielos.
184.
Empujo
la ventana de tablas que da al desierto.
Un
viento golpea mi Jilbaab y no es mi aliento.
Más
allá de mi mirada, la roca, la arena, mis dedos
entre
sandalias toscas y viejas, sin placer, sin dolor alguno,
se
asoman sobre la bastedad sin tiempo.
En
la periferia de Ghardaia un hueco en un muro
de
ladrillos de arena y un sol calienta sin sombra
mi
Jilbaab… con rosar mi cuerpo tengo.
Sé
que allá atrás, ... calles llevan siempre al templo.
Qué
es distante el centro, pero desde esta ventana de tablas
se
avecina un desierto largo, un trepar de soles y de lunas.
Miro
mis manos, morenas, mordidas, sin cuidado,
sus
dedos cortos, con sucio polvo… también mis pies
entre
tirantes viejos.
Cae
el sol, un frío viene,
un
grito de mujer llama y a lo lejos un canto de hombres en el templo.
Agito
un fuego, con el tazón de agua y hierbas
tengo.
El olor vuela, atraviesa todo… la piel, el mar,
y
llega ahí, donde el estar tiene calma, donde todo está puesto.
Doy
mirada atrás, cierro la ventana de tablas sobre el muro,
pongo
punto al desierto y nada pasa…
… tan solo mi cuerpo, la
piel que cubre,
una burka blanca, un
mirar que no tengo.
Por: Carlos Luis Torres Gutiérrez
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