Los primos de la Peri Rossi...
La mayoría de los lectores de novela latinoamericana hemos tenido cerca un texto de Cristina Peri Rossi, una uruguaya nacida en 1941 y ganadora del premio Miguel de Cervantes en el 2021. Exilada debido a la dictadura, se hizo gran amiga de Julio Cortázar en la década del setenta y con su primera novela, "El libro de mis primos", obtiene el “Premio de Biblioteca de Marcha” 1969, el reconocimiento más importante de su país por aquella época.
En mi biblioteca habita: “Desastres íntimos”, “El amor es una droga dura”, “Por fin solos” y “solitario de amor”, pero éste, "El libro de mis primos" lo reabro para reencontrarme con la manera natural, desapercibida de la autora de pegar la realidad y la ficción (imaginación) que continúa aquello dicho en mi comentario pasado sobre el maestro ruso Bulgákov.
Esta es una novela poética y lo primero que aparece en ella son poemas completos, pues su deseo es que prevalezca lo lírico. Por tanto no es la historia lo que nos atrae pues son trozos sueltos de la historia de su familia que se remonta a sus orígenes a su abuelo y a su padre y madre y a la relación con sus tías y posteriormente con sus primos, contados desde la voz de un niño que posee en algunas oportunidades connotaciones de niña, con la capacidad de ver y decir cosas muy sensibles y profundas, como de una adulta. Es decir, es el alter ego de la autora, (tal vez por ello esa leve condición femenina del protagonista). Pero es bueno decir que esa situación de cierta dislocación de edad en la voz del protagonista no molesta, agrada, uno se deja llevar por esa voz sensible, curiosa, lírica, madura.
Uno de los primeros capítulos relata, dentro de ese espacio bucólico, al abuelo que pasa de ser una persona, antes terrible y desalmada, a un juguete de los niños y jóvenes que durante años trastean con él por toda la casa, en una especie de realidad mágica. Pero el primer segmento que adentra en la dureza de la novela es el llamado “Oliverio: el llanto”, el niño llora de forma caudalosa, por todo y todo el tiempo; el niño llora descontroladamente y desoladamente; toda la familia se conmueve hasta al profesor de la escuela… lo llevan al psicólogo. El niño llora de forma incontenible porque está angustiado.
Pero tal vez el capítulo más terrible, donde se muestra la crueldad de la infancia pero también se mezclan las perversiones adultas y crueldad infantil es en “Oliverio: el velorio de la muñeca de mi prima Alicia”. Un capítulo perverso, curioso, cruel, desarrollado con un lenguaje y precisión erótica sin igual, una inmersión en la mujer y su transformación desde una muñeca por unas miradas masculinas. Es este un capítulo, magistral.
El otro: “Federico: El incesto” es un poema extenso. Conjunción de las diversas lecturas poéticas de la autora. Tomo y pongo abajo como anexo un aparte que me parece extraordinario (pág. 144).
Un capítulo siguiente XII, es uno donde el niño y su tío viven en una cabaña y el viejo le da comer a las gallinas hambrientas pero estas devoradoras de todo (hasta madera) tienen nombre de mujeres que cacarean por todos lados, y sus nombres son los de las tías (Ifigenia, Clota, Heráclita) juegan cartas y uno paulatinamente las va viendo como las tías que retornan de pronto como gallinas a devorarse al tío. Las gallinas y las tías se desplazan a uno y otro de la línea imaginaria construida por el niño con la delicadeza con la que la autora se desplaza entre la narrativa y lo poético.
Uno de los primos se une a las guerrillas, dejando un espacio abierto en el universo del niño que nunca se cierra, como tampoco se cierra la novela. El mito de Dánae, hija del Rey de Argos, con sus bellos tobillos intentan poner un punto final en la novela pero Peri Rossi poéticamente la deja abierta con un capítulo muy breve: “Federico”, en donde: “esta tibieza del verano y la noche blanca como la tapa de un libro no escrito… Rafael se sonríe, como nunca, en la noche blanca de cartulina noche blanca clara noche…”, un abrazo pone fin y nosotros cerramos el libro.
Anexo No.1
“Yo no sé en qué acuario
En qué aguas tan ajenas a las mías te pasaste
la vida nadando
Mientras yo
daba brazadas quebradas, saltos y tantas veces estuve a punto de zozobrar y de
ahogarme, de sumirme y de encallar. En la playa, cuando te encontré
(era de tarde y
estaba a punto de llover)
Me dijiste,
mirándome a la cara
“Ese es un
perfil honesto. ¿Cuántas brazadas por minuto?”. Mi confusa explicación no
alcanzó, lo sé, a convencerte de mí endémica timidez al mar.
“Mejor dígame
cuánto corre?”
Aquí me sentía
más seguro: Casi te vencí en la segunda vuelta, cuando la arena se
arremolinaba, las nubes se desgarraron y tu vieja malla, llena de agua, comenzó
a deshilacharse; El agua se descolgaba del cielo al mar como yo me descolgué de
tu cuello al suelo cuando decidiste amarme, y desde entonces para siempre ha
sido el mismo descolgarme de tus hombros de tu cuello de tu frente de tu pelo de
ti por tu columna mí de tu vientre de tus piernas de tus muslos de tus rodillas
de tus pies de tus labios de tus senos
Y aquel bautismo de agua…. “ (Cristina Peri Rosi)
(C. Torres, marzo 24 de 2025)
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