Las estrellas frías.

 


                                                                                                        Por: carlos Luis Torres G., escritor

La novela “Las estrellas frías” del escritor, periodista italiano, Guido Piovene (1907-1974) es una novela extraña que obliga al lector a realizar su recorrido en la búsqueda de unos nudos conectores que den explicación de su propósito. Una peripecia muy simple y reducida, sirve de apuntalamiento a una preocupación que mantuvo en varias de sus obras de ficción, cual es lo fantasmal, el extrañamiento. Acontecimientos que no encajan, obligan a perseguir esta lectura que ganó uno de los más prestigiosos premios de novela en Italia, El Strega en 1970 y que ha sido otorgado a Cesare Pavese, Umberto Eco, Primo Levi y otros como Lampedusa y Moravia.
La edición que tengo en mis manos corresponde a una Emecé 1971, de pasta blanda y papel rústico que, por los años, pone talco en los dedos y hace más apasionante su lectura, además de contar con la traducción de una de las glorias del periodismo argentino Magdalena Ruíz Guiñazú.
Un hombre va donde su médico porque se está quedando sordo y este le habla desde varias distancias y ángulos para demostrarle que no es cierto. El doctor, su amigo, le invita a pasear por el patio del hospital y le presenta a una niña de escasos nueve años quién sufre de una extraña afección: todo a su alrededor está inmóvil, la única que se puede mover es ella. Ellos dos, conversan sobre los griegos, luego sobre neurología y el sistema nerviosos autónomo y periférico y este, el protagonista, comprueba que efectivamente la niña le oye y le ve, pero no su movimiento: usted está muerto, le dice, la chiquilla.
En primera persona relata, cómo renuncia a su puesto de publicista en una empresa donde ha laborado diecinueve años y aprovecha el abandono de su mujer para regresar a su aldea campesina natal, a casa de su padre, en el norte y centro de Italia. Un árbol de cerezos en flor, una tapia de piedra, una casa antigua y pocos muebles, un amplio y pantanoso llano, son escenario para que ocurra el asesinato de un hombre que era el esposo de Ida, la mujer con la quién vivía el protagonista y desde luego ante la sospecha de ser acusado se esconde en una cabaña derruida a pocos pasos de la casa donde ve talar el cerezo en flor.
Al amanecer se encuentra con un extraño que le acompaña y con quién descubren junto al muro, un hombre bajo, bien vestido pero sucio, y asustado quién es nada menos que Fiódor Dostoievski, que regresa de la muerte después de 80 años de haber fallecido de un enfisema pulmonar.
La historia que relata Dostoievski durante un largo camino, es su andar en el mundo anodino de la muerte, sin color, ni olor, ni dolor, ni amor, ni pasiones, donde el existir se reduce a filosofar sobre el tema de la vida-muerte desde los más diversos puntos de vista de la historia del hombre. La reencarnación sólo existe para morir de nuevo y de diversas e incruentas formas.
El cincuenta por ciento de la novela es el parafraseo, la dilación de esta discusión, del relato minucioso, de la colección y ordenamiento de teorías, ficciones y téseras. Novela extraña, no simple, inicio a un abordamiento a lo filosófico entre elementos fantasmales, que se separan de lo cotidiano en la vida de los hombres, pero que ponen los ojos del lector en esa línea divisoria entre lo posible y su contrario, entre la vida y la muerte, entre lo real y lo fantástico, entre lo filosófico y lo habitual.
El protagonista termina jugando un largo solitario, al igual que el lector lo imita colocando cartas junto a las otras, para dar con un acertijo que le ha atrapado.

(C. torres, mayo 6 de 2024)

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