Releyendo a Paul Auster.
con: Público
Por: Carlos Luis Torres G., escritor.
Escribí un ensayo en enero 20 de 2020 sobre esa novela suya poco conocida “El país de las últimas cosas”, que me atrapó, reproduzco a continuación este texto al final de esta nota. Pero ahora, para recordar su presencia, transcribo al final de la nota dos poemas suyos, que dan cuenta de su calidad y pulcritud en el manejo de la palabra. Decía él en una entrevista que: “corrijo mucho, hasta que el texto tenga ritmo, que se acerque a lo musical, que pueda leerse sin esfuerzo, suave, como quiero.”
* * *
Acabo de terminar la lectura de "El país de las últimas cosas" de Paul Auster, conocido por la mayoría de nosotros por su "Trilogía de Nueva York" (1987) o por "La historia de mi máquina de escribir" (2002) o por "Una vida en palabras" pero ésta, de la cual deseo conversar en dos párrafos para librarme un poco de una carga pesada como mella, por ser tan actual, tan hermosamente dura y que podría predecir el futuro... de nosotros habitantes urbanos.
He estado leyendo, buenas novelas distópicas, o diarios de peste, o delicada poesía sobre Marte y esta que me encontré al azar, como deben hallarse las buenas novelas. Trata del fin, algo ha sucedido en el mundo, como en la novela "La carretera" de Cormac McCarty, tan grande y terrible que todo está destruido o son las últimas cosas las que quedan aquí, en una ciudad norteamericana donde una jovencita, en medio del detritus de la humanidad, busca a su hermano y donde sobrevive.
Comienza así: "Estas son las últimas cosas -escribía ella-. Desaparecen una a una y no vuelven nunca más. Puedo hablarte de las que yo he visto, de las que ya no existen; pero dudo que haya tiempo para ello.... estas son las últimas cosas. Una casa está aquí un día y al día siguiente desaparece. Una calle, por la que uno caminaba ayer, hoy ya no está aquí. Incluso el clima cambia de forma continua: un día de sol seguido de uno de lluvia; un día de nieve, luego uno de niebla..."
Ella escribe una larga carta contándole a un hombre de su dura vida hoy en una ciudad, donde los hombres mueren unos tras otros, de hambre, de una enfermedad, se suicidan en colectivos, roban, pero ella aprende a sobrevivir, pues tiene un propósito: encontrar a su hermano, periodista, desaparecido. Es un recuento minucioso de lo que se puede pensar que es el final.
Ella vive un espacio donde todo es útil, las cosas más insignificantes tienen gran valor y su trabajo es hurgar en la ciudad recogiendo objetos para vender y poder comer. Hordas de vagabundos y cuadrillas de escuálidos corredores muy jóvenes recorren sin parar calle tras calle, hasta el agotamiento final. Pero ella, ve en una pequeña flor, en la amistad, en la solidaridad, en la poesía, en la escritura, en la literatura, la única razón de vivir. Se enamora, se embaraza, besa, mira el cielo y la nube, trabaja en una casa de caridad que tiene un propósito altruista (brinda abrigo y comida) y aprende a vivir después del borde. Cuando todo está perdido, cuando no es posible que lo anterior mejore, ella es capaz de vivir.
Dos frases me impactaron profundamente. Una, se enuncia durante una reflexión suya "... se requieren muchos años para exterminar la humanidad". Estos hombres, del relato, han vivido 20 años después de que ese "algo" ha sucedido y comenzado el final que se prolonga. La otra, no se enuncia, se dice y se hace: "se escribe para poder vivir". Ella escribe una larga carta (la novela que leemos) y sabe que no la puede poner al correo, pero lo hace con la delicadeza de la literatura, la grafía se convierte en la vida, construye este objeto literario con su propia vida, por tanto la vida es bella, a pesar de esto; es bella porque mientras transcurre se construye un bello objeto, que nosotros tenemos la oportunidad de leer y tener en nuestras manos… y yo tengo el privilegio de haberlo leído, lentamente.. como escribiendo con mis ojos.
Pocas veces se lee una obra así. Hay que sentarse, en un rincón del mundo y ver pasar objetos y horas, y anhelos ¡y dejar pasar!
* * *
1. Fragmento del frío
Porque nos volvemos ciegos
en el día que expira con nosotros,
y porque hemos visto a nuestro aliento
nublar
el espejo del aire,
el ojo del aire no ha de abrirse
a nada salvo a la palabra
a lo que renunciamos: el invierno
habrá sido un lugar
de madurez.
Nosotros, convertidos en los muertos
de otra vida.
2. De sombra a sombra
Contra la fachada del atardecer:
sombras, fuego y silencio.
Ni siquiera silencio, sino su fuego,
la sombra
que arroja un respirar.
Para entrar en el silencio de este muro
debo dejarme atrás a mi mismo.
Paul Auster (1947-2024)
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