Mientras corre el viento florecen los frailejones de infancia.

 


                                                                                                              Por: carlos Luis Torres Gutiérrez


Esta foto es la imagen más entusiasta, además de hermosa, que puedo aplaudir hoy, en años. Es tomada en el Páramo de Berlín en Santander del sur, por la vía a Pamplona. Entre la neblina de la mañana se puede observar el renacer de los frailejones que se quemaron durante los incendios de comienzos de enero de 2024. Parecen breves y tiernas antorchas de luz, que en contra de cualquier predicción, brotaron de nuevo como anunciando que no van a morir, pequeñas y numerosas fuentes de agua.
Este lugar, arriba, por una carretera serpenteante que sale desde Bucaramanga, hasta llegar a una planicie fría y con un viento que raspa la piel…. pequeñas casas se agrupaban al borde de la carretera. Tenía entonces 15 años cuando llegué allí, a quedarme unos días en una casa campesina, allá tras la montaña, en la finca de Don Doroteo y Doña Sabina, llegué allí con mi hermano Manuel y con un amigo que se perdió en los recodos de la vida, Arturo Cortés, llegamos a sentarnos alrededor de un fogón de piedras sobre el suelo y a escuchar las historias de Don Doroteo, viejo y con una ruana encima, quien desde una banca baja ponía pedazos de madera entre las piedras para que su mujer colocase, en un tiesto de barro, unas arepas de maíz y una sopa de habas, espesa y desabrida, mientras desde un rincón una mujer acurrucada, gritaba todo la noche y luego todo el día. Él decía una y otra vez “quieta María”, decía una y otra vez el viejo, para aplacar los intentos de ella, de pararse, de balbucear, de salir de ese rincón, era su hija, con “retardo mental” supusimos los tres, y vimos un fantasma delgado, caminar como un pájaro ciego teniéndose de las paredes.
La primera noche y las siguientes dormimos juntos en una cama entre pieles de cordero, pues el frío anuncia durante la noche, la escarcha que se encuentra al amanecer, sobre los pastos, entre las pequeñas corrientes de agua, sobre los tejados. Al lado de nuestro camastro angosto, la sombra en el rincón de un ataúd nos acompañaba noche tras noche pues ese cajón que existe en todas las casas campesinas de la región, para estar preparados, que el próximo muerto no nos coja de sorpresa, piensan. Entre castañeo dientes, temblor en el cuerpo a causa del frío y los chistes sobre aquel receptáculo, pasamos varias noches.
La imagen siempre es hermosa: colinas repetidas de un verde tierno unas, verde oscuro la siguientes, sembrados de trigo amarillo y de cebada, bajo un cielo azul y una nube blanca, entre el vuelo de las águilas y el correteo, a lo lejos de pastores organizando sus ovejas, el viento anda, delgado, frío, filudo como un baño de vida en los comienzos.
En ese lugar, hoy con frailejones en perfecto y natural renacimiento, escribí mi primer poema. Ese soñar con la poesía nació allí, recuerdo algunos versos:

“La calle primera, la que conoce todos los secretos
y el porqué de los dos muertos.”

Por eso hoy me lleno de contento, porque ese es un lugar muy especial en mi imaginario. Debo ir de nuevo, con estos años a cuestas es hora de volver. Debo encontrarme con las imágenes que aún me persiguen, que me hacen poner los silencios, los verdes, el ulular del viento y el creer que el pasado aún existe y no solo este presente y cotidiano desandar los asfaltados de una ciudad sin borde.
(Carlos Luis torres, febrero 23 de 2024)

Comentarios

Entradas populares de este blog

Bajo el calor de su mirada…

La luna y seis peniques...

"La primera mujer", ... en el mundo.