La primera novela de Miller.
Arthur Miller (Nueva York, 17 de octubre de 1915 - Connecticut 10 de febrero de 2005), escribió
su primera novela en 1945 “En el punto de mira” (Editorial Reynal and Hitchcock, New York). No voy a tocar sus obras de
teatro, conocidas por todos, quiero señalar algunos elementos que me admiraron
de esta obra, pues la novela logra mantener un suspenso constante con un tema
que nos es cotidiano en Colombia y ha sido tocado por algunas novelas
contemporáneas: la intimidación.
En “Focus”,
como es su título original, los amigos y conocidos del señor Newman comienzan a
tratarlo con distancia y posteriormente adelantan acciones para intimidarlo y
obligarlo a que abandone la casa, que ha adquirido en un barrio de las afueras
de Nueva York. Primero una sospecha sobre su origen, hace que sus jefes lo
degraden en su nivel jerárquico en la compañía donde ha laborado mucho tiempo,
y lo obliguen a renunciar. Luego, a sus cuarenta y tantos años y en medio de la
guerra, no le es fácil conseguir empleo por sus rasgos judíos.
Todo empezó
porque su visión disminuida lo obligó a usar gafas y, al mirarse en el espejo,
se dio cuenta de muchos detalles suyos y de su rededor, que no había advertido,
uno que tenía aspectos judíos. Estos inmigrantes, llegados a Estados Unidos
desde del IXX y años después en barcos huyendo de la guerra, se ubicaron
durante las décadas pasadas en el comercio y en la banca, generando una repulsa
que sintió el mismo Miller durante vario tiempo y que le llevó a escribir esta
novela.
Para la época de la escritura del libro (1945) el estado de Israel no se había consolidado pero debo aclarar la gran diferencia entre la condición de Israel hoy, a la condición del judío inmigrante. Dos cosas totalmente distintas, tanto, que el propio Miller, para la edición de 1986 escribe una introducción aclarándolo y por ello reproduzco algunos de sus apartes, al final (para que no quede duda sobre mi compromiso de hoy con el pueblo Palestino).
Pero lo que
me interesa hoy es denotar ese clima de suspenso, de terror que sienten los
protagonistas. No pude soltarla hasta su fin, debido a la emoción
que se percibe por la manera, teatral por supuesto, como se maneja lo cotidiano:
lentamente pero su forma de escribir, en suspenso, con intensidad, con cuidado
al escoger el calificativo, al dejar en abismo la explicación del porqué o el
final de la acción que se acabalga con otra, no importa si le es plana o por el
contrario, sucede en ascenso.
Lo cierto es que él no lo dice todo, lo sugiere con un gesto, con decir
que su nariz resalta con el marco el de los lentes, que su jefe le pide que
cambie de lugar en el trabajo, o al describir la mirada desviada de los vecinos
que lo observan de soslayo cuando le compra el periódico al judío, o la manera,
en contra suya, como rechaza a la hermosa mujer, que se presenta a solicitarle
un trabajo a su escritorio donde él ejerce de jefe de selección de personal y
que posteriormente, se convierte en su esposa, aunque con ese ligero rasgo de judía
en el rostro.
Lo que deseo señalar en esta nota, es la forma magistral como se
describe el acoso que se le hace a él y a su familia, con panfletos amenazantes,
rotura de vidrios, arrojándoles la basura, los golpes y los desprecios, para
que abandonen el barrio. Similar sucede, obvio, más violento, ocurre en los
pueblos colombianos hoy, y en las novelas, cuando se acosa a los habitantes por
parte de los paramilitares, primero con amenazas, disparos, ultrajes y la
muerte. Pero lo que no ocurre en la mayoría de nuestras novelas es el tan alto grado
de suspenso, de manejo de la acción, del calificativo, de la temperatura del
ambiente, del color del cielo, de la aparición de la luna, del diálogo teatral
que hace que en Miller, esto sea emocionante y constante, tanto en la peripecia
y en la forma.
“En el punto de mira” la intensidad de la historia que avanza, crece. Uno
lo presiente y sabe que algo terrible se desatará. Luego lo terrible se ha
desatado y no hay control posible, el lector lo sabe, lo teme, imagina como va
a decirse y Miller no lo dice, lo deja trunco, queda fracturado.
“Los grillos masticaban ruidosamente la noche”, se dice en la página
195, qué maravillosa frase que permite suponer que todo queda suspendido y la
noche sigue.
Otro elemento no explícito, es que el pueblo americano se pone del lado
racista alemán. Qué bien, apenas lo sugiere.
Novela también de aprendizaje, no solo para el reconocimiento como
lector, sino para el novelista, que pelea con el cómo decir. Pues, ¿qué decir?,
no es tan difícil, como lo es el “cómo decir”.
Dije demasiadas
cosas, pero la publicación que tengo en mis manos de la colección de “Fabula”
de Tusquets Editores se encuentra en las librerías de usado, pero apuesto de la
del 2010 se aún puede adquirir en calidad de nuevo.
Cerré el
libro con la clara sensación de haber leído y aprendido de una gran novela.
Apartes de
la Introducción del autor.
“No puedo
releer esta novela sin evocar la sensación de urgencia con que la escribí. Por
lo que sabía en ese momento, el antisemitismo en América era un tema cerrado,
si no prohibido, para la ficción.
Aunque sea
paradójico, también cambió la percepción del judío a consecuencia de las
primeras décadas de la existencia del estado de Israel. Un judío ya no era más
una sombra misteriosa oculta en un gueto, sino un campesino, un piloto, un
trabajador. Israel se despojó del papel de victima y fue concebido bruscamente
como uno de los pueblos peligrosos del mundo, peligroso en el sentido
convencional, militar y caracterológico. Era como cualquier otro pueblo…
… una
gigantesca ironía capaz de arrastrar la mente hacia las explicaciones del misticismo
convirtió a Israel, en realidad de forma parcial (pero total para la visión
mayoritaria), de un país poblado por soldados-campesinos internacionalistas, en un belicoso campamento
cuya firme defensa tribal se había endurecido inevitablemente contra los
pueblos vecinos, hasta el punto del fanatismo. La soledad judía había regresado
pero ahora armada” 1.986
(C. Torres febrero 24 de
2024)
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