Camilo y Julio




                                  Por: carlos Luis Torres Gutiérrez.


Hoy 15 de febrero es un día con cruce de historias, que me han traído una profunda nostalgia: la fecha del fallecimiento de dos grandes hombres bordean esta mañana sin sol, aún fría, debido a un amanecer de niebla sobre la ciudad. Hoy es otro aniversario más de la muerte de Camilo Torres Restrepo y hace dos días, de Julio Cortázar, razones suficientes para este reflexionar un tanto íntimo.

Dos hombres diferentes, pero ambos colocados a un mismo lado. El uno hablaba de un hombre especial "el hombre nuevo", el otro, de unos seres diferentes al común, y que denominó "Cronopios"; ambos entendían que los hombres deberían ver la vida, la sociedad, el poder, la justicia de diferente manera a la actual... y como personas actuaban de ese otro modo, actuaban, sí: Camilo y Julio construyeron parte de la historia de este continente, cada uno a su manera.
Estos dos hombres me han estado acompañando en muchas cosas durante décadas. Camilo Torres, y mis recuerdos sobre él aparecen en un capítulo de una novela mía que se llama "Entre la espera y el miedo" (la pueden leer completa en esta dirección:

El siguiente es un recuerdo tomado de la novela:

1. Apartes de "Entre la espera y el miedo" Carlos Luis Torres. SIC Editorial,2004, pág. 129

"En la fotografía el rostro de Camilo Torres muerto es muy similar al rostro de Guevara. Ambos con los ojos abiertos, barbados, la boca reseca y el uniforme de guerra.  Esta fotografía que tengo frente a mí, tomada  ese 15 de febrero de 1.966 en Patio Cemento, horas después de su caída en combate, me recuerda la voz de mi padre todos los días durante muchos años, fui el conductor de Camilo, cada vez que venía a la ciudad pedía el carrito rojo y Camilo se sentaba con otros a hablar de luchar contra las injusticias, me decía; al año siguiente, me decía, fui el conductor de Camilo...

Una mañana mamá servía ese “caldo” característico de la comida típica a los amigos invitados de mi padre. Yo era muy chico,  tanto así que cabía por debajo de la mesa y desde allí contaba las piernas de los hombres sentados y los chicles pegados bajo la tabla, cuando vi una mano que cuidadosamente le entregaba un arma a uno de ellos. Al lado de la cabecera de la mesa estaba Camilo y junto a él Iván Calderón, un muchacho bajo, delgado, moreno, muy silencioso que también murió en combate. Años después, yo grité en la calle ese ¡Iván Calderón! ¡Presente!” y recordé aquel día a mi padre llorando sobre la mesa y nosotros no entendíamos por qué él lloraba en una mañana de martes.

Por aquella época el aeropuerto de la ciudad estaba dentro de ella. Hoy como en todas las ciudades del mundo queda a varios kilómetros.  Recuerdo que mi padre me trepó sobre sus hombros para que yo viese por encima de las cabezas que esperaban el vuelo del medio día. Me indicó con su brazo, ese es Camilo Torres. Aún no he podido olvidar aquel nombre, ni aquel rostro, ni aquella mano, que recorrió de joven las callejuelas, los inquilinatos, las escuelas, el pavimento húmedo y gris de esta ciudad desdentada y sin borde, donde el principio y el final sólo existen como una lágrima. 

Treinta y seis años después todo sigue igual. El habitante urbano secó con el dorso de la mano su mejilla y abrió la ventana: llueve, llueve sobre los tejados y a lo lejos los autos se deslizan húmedos y los árboles gotean y los hombres, bajo sus paraguas, saltan los charcos de las calles y las bocinas suenan sordas mientras los vendedores de periódicos de los semáforos gritan el diario de hoy viernes 15 de febrero, donde no se hace mención alguna a esa muerte."


2. Aparte de la novela "Alejandra la poeta que murió de su vestido azul" Carlos Luis Torres Gutiérrez, Sílaba Editores. 2019.

Pág. 57 "El estudio era chico. La máquina de escribir le daba la cara a una ventana de madera verde, de piso a techo, que hacía ver el espacio, desde el otro lado, un poco más grande, más acogedor. Al penetrar en él, papeles tirados por todas partes y libros apilados unos sobre otros, a la espera de circular siguiendo una ruta, un tanto al azar, al ritmo y pensamiento Cortázar. Algunos trepaban a la biblioteca, otros permanecían sobre el tapete durante días, a la espera de algo."

Pág. 67. "Él era demasiado alto cuando se paraba junto a ella. Ella se empinaba cuanto podía para que él se inclinara y alcanzara la altura de sus ojos. Ella caminaba junto a él, se sentaba junto a él y lo acompañaba muchas veces a escuchar, en las tardes, una orquesta de cámara que sonaba en un teatro derruido de la Rue saint Martin.

La tarde en que, mojados, entraron a escuchar, por el azar y por el tedio húmedo de París en invierno, el concierto de piano de Madame Trépat, él llevaba el suéter gris que siempre usaba y tenía los dedos inmensos e inmóviles sobre sus rodillas cuando sentados, en primera fila, la sorprendió mirándolo, mientras un acorde perseguía de manera discontínua al otro después de que la mujer , sentada frente al piano, puso las manos a cierta distancia del teclado para darle la teatralidad de un performance dramático a una pieza que no tenía nada de ello."

Pág. 69 "Estaban los dos, como siempre, sentados en la misma mesa verde, repleta de señales ilegibles realizadas por anteriores visitantes sin rumbo, como ellos. Los dos juntos sin mirarse, dejaban que la mañana transcurriera al igual que su mirada y sus pensamientos; conversaban como picoteo de palomas:
- Así es como parís nos destruye despacio, deliciosamente, triturándonos entre flores viejas y manteles de papel con manchas de vino, con su fuego sin color que corre al anochecer saliendo de los portales carcomidos. Nos arde un fuego inventado, una incandescente tura, un artilugio de la raza, una ciudad que es el gran tornillo, la horrible aguja con su ojo nocturno por donde corre el hilo del Sena, máquina de tortura como puntillas, agonía en una jaula atestada de golondrinas enfurecidas. Ardemos en nuestra obra. Dijo Julio recordando a "Rayuela", escrito apenas unas pocas horas.
- A pesar del miedo y el frío parís me gusta. Me atrae porque se parece a mí. Tiene la marca de mi alma. Me gustaría morir aquí entre el fuego sin color y sin olor del que hablas en "Rayuela". Me jode, claro, el detritus, la soledad de las ventanas vacías mirando la noche oscura, el viento galopando entre las tumbas del Montparnasse y el silencio. Pero aquí tú y yo escribimos, no serías nada sin París y yo no habría podido con estos versos que tanto a tí como a Paz le gustan, tanto como a mí, porque me dibujan dando ese salto "de mí al alba". No más parís, me dijiste en invierno, me hablaste de las Canarias, yo me quedo, te dije, y tu te quedaste conmigo."
- sigue...

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Fotografías tomadas de Internet.

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