La otra mujer

 


“La otra mujer”

                                                                     Por: Carlos Luis Torres G. Escritor

Acabo de terminar la lectura de una novela de Roberto Ampuero (Valparaíso 1954), titulada: "La otra mujer". La cierro con la satisfacción, de haber recorrido una emocionante y minuciosa novela. No había leído suyo, sino esa novela sobre Neruda, cuando llegó a mis manos "La otra mujer", sin sospecharlo. Qué buena estrategia narrativa, intenta tocar un tema que han tocado muchos, como lo es: que la realidad y la ficción son la misma cosa, pero lo hace a través de una novela detectivesca, social, política, conmovedora, literariamente bien escrita, sobre una historia de amor e infidelidad y persecución en chile, en medio de la dictadura.

Qué buenos narradores son algunos del sur, pensé de inmediato y llegaron a mi mente muchos como Piglia, Soriano, Lemebel, Sepúlveda, Bolaño, Fuguet, Diamela Eltit, poetas como Ennio Moltedo, Zurita y en eso de narrar la violencia urbana, esta novela deja muchas cosas en qué pensar para los que nos atrevemos a escribir sobre lo urbano. Allí en el sur, han logrado un lenguaje paisajístico de ciudad, una jerga propia, una manera de expresar la persecución de los organismos de seguridad, la tortura y la barbarie, que nosotros en Colombia tocamos muchas veces pero nos llenamos de violencia y descuidamos lo literario. En cambio aquí en “la otra mujer”, la relevancia de lo literario hace que esta sea verdaderamente una novela. Claro, nuestra violencia política es rural fundamentalmente y tenemos buenos ejemplos de narradores (Montoya, Godoy, Silva, Rosero, etc) y buenas novelas pero descuidamos ese correr sobre lo literario, el color, el dolor, el interior de los personajes que tienen miedo, que huyen a otros literaturas y paisajes.

A Ampuero lo conocemos por la escritura de novelas protagonizadas por el detective Cayetano Brulé y entre ellas la más conocida "El caso Neruda". Ésta "La otra mujer" publicada en el 2010 retoma la época en la cual el autor, salió al exilio tras el golpe militar, y los difíciles años de la dictadura, en la ciudad de Valparaíso, fundamentalmente. Comienza como otras, un profesor de la Universidad de Iowa va a dictar una conferencia a Berlín; una mujer vieja le hace entrega de un manuscrito que desea que lea, y este, pensando en lo arduo de esta labor, de leer borradores, se va al desaparecido muro  a recordar sus épocas de estudiante en la parte oriental de la ciudad, ahora unificada y convertida en una zona rosa turística, con bares y restaurantes en los edificios remodelados a lo largo de aquella zona difícil políticamente en aquella época. Allá recuerda a Amanda Lear, que suena con su tono masculino en esos versos suyos que hablan de demonios, libertad, magia y entre una cerveza y un correr en las zonas actuales llenas con otros jóvenes ahora, no perseguidos, comienza a leer el texto-borrador-inconcluso, que sucede en Valparaíso con la llegada a su casa, una mujer, encuentra a su esposo muerto en su lecho. Este hecho desata una carrera de averiguaciones, de dudas, de reflexiones, de preguntas en ella, que la llevan a involucrarse, ingenuamente una vez, llena de odio y resentimiento, otras de miedo, de recuerdos de un amor de años, la llevan a involucrase con esos jóvenes de la resistencia armada clandestina que intentar derrotar al dictador. Un pasaje durante el toque de queda, la hace reconocer que todo se debe al atentado contra el General, realizado cuando su caravana cruza en auto, la cordillera con destino a su casa campestre, me hizo recordar a ese otro escritor en “Tengo miedo torero” que toca con gran detalle y eje central, este atentado. Por un instante estas dos novelas de Lemebel y Ampuero, beben en el mismo hecho y me hace reflexionar en el propósito fundamental de la narrativa de este último, es que la realidad y la ficción están unidas, que es imposible diferenciarlas.

La novela que menciono se mantiene en esta línea y uno mismo como lector, no se da cuenta cuando los personajes del manuscrito que lee el protagonista se mezcla con los personajes reales y con el autor pues ambos beben en la misma copa un vino bermejo y aceitunas, con un pan seco y aceite, trepan las escaleras o los elevadores de Valparaíso, como lo hice yo en esa ciudad, donde todos los que la conocemos, hemos llorado desde lo alto frente a ese mar Pacífico, gris plomo y picado por la brisa que se tropieza con los 51 cerros, cruzados de calles ascendentes, escaleras, terrazas, edificios de hostales, bares, poetas, militantes de lentes redondos y claves misteriosas, ascensores, teleféricos en miniatura, rejas y la dictadura en una noche larga, terrible, brutal, de tortura. Ahí en la bahía que pisaban años después tantos poetas como Moltedo, estuvo la prisión militar donde detuvieron a tantos, y torturaron al gran poeta Raúl Zurita.

Una novela que no madrea, no vemos sangre, no hay maldiciones, ni se nombra al dictador, casi todo se hace como se vive en la clandestinidad, en singular, en silencio, en atisbo continúo, con afectos profundos que no dan espera, en presente, sin saber exactamente porque estamos en esto pero estamos. Es una mirada a la altura del otro, una novela narrada a los ojos del otro, sin importar el bando, es decir el punto de vista está dentro y por tanto nos toca, nos envuelve.

Mirar esto, al leerla es un aprendizaje narrativo para todos los lectores y escritores que se deslizan en la búsqueda de definir sentimientos profundos como ese de matar, de venganza, de odio, de amor y de presente. Es un aprendizaje para todos aquellos que creemos que la literatura se hace sin inteligencia artificial, con la complejidad de los sentimientos al natural.

Me queda un sabor literario en las manos. Una mezcla de época, ficción, clandestinidad, sur, y una polifonía y claves entre las letras de la Amanda Lear, la música de compositores alemanes y finlandeses, y lo urbano.

Al cerrar los libros, me digo: siempre he creído que los personajes de la novela que leo, son reales. No dudo de eso, de lo contrario no habría invertido tanto tiempo en leer mentiras.

(Anexo dos bellos fragmentos de la novela para resaltar lo literario que menciono: página 365: “Allí estaban todas las casas de Lautaro Rosas. Todas con sus amplios ventanales y balcones con maceteros, con sus pequeños jardines donde crecen palmeras y araucarios y pinos. Todas con sus fachadas claras y etéreas, unas con el color de la guayaba, otras con el del durazno o la uva blanca, todas con sus mansardas, portales y techos de zinc”. Página. 155 “La ruta entre Santiago y Valparaíso es una cicatriz gris y recta, de dos pistas por lado, dividida por una barrera de contención, que une la cordillera de los andes con el océano pacífico a través de viñedos y túneles”).

(Carlos Luis Torres, diciembre 4 de 2023)

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