La luna y seis peniques...

 




“La luna y seis peniques”.

Por: Carlos Luis Torres G.

Siempre intento terminar el año con la lectura de novelas que me hagan volver a ellas. Me he referido a varias a lo largo de estos años, como lo hago ahora con la novela de William Somerset Maugham, “La luna y seis peniques”, que terminé ayer con la clara sensación de que esta, responde a una pretensión del autor, de escribir una novela donde la leyenda rebase la realidad.

Este, Somerset Maugham (1874-1965), fue un escritor prolífero y muy leído en el mundo. Autor de novelas, ensayos, cuentos, teatro, algunas suyas muy famosas ("La servidumbre Humana"), pero esta, se convierte en el escenario para plantear la estrategia que posteriormente los posmodernos llamaron explícitamente autoconciencia narrativa, o como muchos otros que utilizaron un personaje real que poco a poco se envuelve en una gran nube de ficción, que emociona y embellece. (Sí, dos novelas, que he mencionado años atrás, en comentarios míos, lo hacen ejemplarmente: “Los asesinos las prefieren rubias” de Juan Martini y “la otra selva” de Boris Salazar).

Aquí, en “La luna y seis peniques”, título que merece un abordaje por su sonar surrealista, el narrador es el alter ego del autor, un escritor, que cuenta la vida y el interior de Paul Gauguin y lo hace desde su altura, es decir, a su lado, lo conoció, fue su cercano, lo odió y lo admiró luego, tanto… que escribe una novela (que leemos) y para ello va a los lugares donde el pintor vivió en Tahití, para recoger de primera mano las peripecias de su vida pero, esto es ficción, que se presenta para que la creamos novela biográfica, pero el narrador se desliza luego y dice que el capital Nichols, por ejemplo, inventó todo, para complacerme.

La novela es importante por la intención que posee de mostrar, de describir cómo se construye una novela. Para eso echa mano de la mencionada “autoconciencia narrativa”, es decir, sabemos que el personaje que cuenta, es el escritor mismo que escribe la novela que leemos… y además nos dice, nos cuenta, cómo la escribió. Como lo dije, esta novela, es una invención, donde los personajes que participan son reales: el gran Gauguin y el escritor, pero aquí se construyen ambos, en el interior de la novela que leemos, se hacen pintor y escritor.

No deja de sorprender la forma de abordarse la obra del pintor: avanzando desde el interior de aquel para insinuar poco a poco como incide su desnudo sentimiento de no importarle el otro, en la realización de una obra pictórica de ruptura y la explicación de las bases de lo que los especialistas han tratado de llamar postimpresionismo.

La sensación de realidad-real se da mejor cuando se narra en primera persona, y esto es lo que se hace en la novela, los personajes se hablan a los ojos suyos y de los nuestros que leemos, y cuando no es posible, dice que transcribe tal como le contaron, para luego afirmar que no le cree mucho. Insisto en esto de nuevo pues narra con la máscara de la verdad y el rostro de la verosimilitud: Esto a mi parecer es la novela.

Uno reconoce posteriormente que ese narrador en primera persona obviamente es muy cercano William Somerset y que por eso hace uso de la novela para realizar reflexiones profundas sobre el oficio de escribir y publicar, la fama, la felicidad, el dinero etc. La anecdota con el médico que se va de vacaciones en un pequeño barco que atraca en Alejandría y que se queda allí, es ejemplar: se casa con una mujer griega, se hace a un pequeño trabajo de médico en el departamento de sanidad, tiene cinco hijos, vive pobremente y es feliz aunque ha despreciado la fortuna y el reconocimiento en Londres.

Las vicisitudes de Gauguin son la esencia de la novela pero estas son solo excusas para describir su personalidad: extraña, hosca, solitaria, individualista en grado sumo, a quién muy poco le importa el mundo y quienes le rodean, a quién le da lo mismo cualquier cosa y pone el arte como única razón de su existencia y su quehacer. Novela que oculta y devela la personalidad de Paul Gauguin y que ficciona personas, lugares, hechos (enfermedades, matrimonios, amores, escondrijos, finales, pinturas, escritos).

Al final la novela parece que termina, y lo dice que puede dejar de escribir la novela, dejarla ahí, pero que continúa, y continúa no con la novela, sino con sus reflexiones: “Hay hombres que sienten un ansia infinita de verdad que para alcanzarla son capaces de destruir, arrasar, hasta los mismos cimientos del mundo. De esa raza era Strickland; Sin embargo, la belleza ocupaba en él, el sitio de la verdad. Y he de sentir por él una profunda compasión”.

Ah! Qué maravilla, Paul Gauguin aquí no se llama así, se llama Charles Strickland, no es francés, no vive el París, vive en Inglaterra, viene en París como un extranjero, no es un marginal es un hombre más allá de la marginalidad. Termina su vida pintando en una isla remota, con una mujer indígena muy joven, quién le acompaña a morir de una enfermedad horrible.

Pocos sabemos que Gauguin escribió un diario de viaje (publicado en 1901) titulado Noa Noa, originalmente considerado por muchos como una serie de comentarios sobre la realización de sus pinturas y la descripción de sus experiencias en Tahití. Los críticos modernos sugieren que el contenido del libro fue en parte fantasía y luego plagio. ​Si tuviese ese Diario en mis manos, podría asegurarlo, pero creo que este, es la base, o mejor, es el que le sirve de apoyo a William Somerset Maugham en esta novela “La luna y dos peniques”, título que además sugiere que es más importante el arte y la belleza que el dinero, o que la belleza está tan desvalorizada en la sociedad que solo vale dos peniques.

Recomiendo y agradezco al azar poner en mis manos esta novela que construye y me da una historia paralela a la oficial-comercial que nos aturde y no nos permite conocer al verdadero Gauguin. Esta novela se entrega para que disfrutemos y admiremos, al verdadero pintor.


Nota anexa: Olvidé mencionar la otra novela escrita sobre el pintor: “El paraíso en la otra esquina” de Mario Vargas Llosa. Novela que relata una historia total, desde el nacimiento de Flora Tristán (abuela de Gauguin) hasta su muerte, cruzada con la vida del pintor. Dos idealistas que hacen de su existencia, en caminos opuestos, un todo: el uno, la vida solo existe para el arte y la otra, la vida para la conformación de un movimiento obrero universal.

Vargas Llosa escribe una novela voluminosa, en todo, la totalidad de la historia, no queda nada sin tocar o imaginar. Alterna una y otra vez la vida de los dos personajes: allí en el Perú, por toda Europa y en Tahití. Describe en detalle las diferentes corrientes obreras del siglo XIX y las pictóricas, las luchas de Flora por defender los derechos inalienables de la mujer y su libertad, y el pensamiento utópico. El deambular artístico por encontrar una forma natural de cambiar el momento pictórico, y la muerte de los dos, son similares, dolorosas y trágicas.

Todo lo anterior lo hace desde un narrador externo que le habla de “tu”, siempre a los dos, como recordándoles sus andanzas, como advirtiendo que se van a equivocar, como subrayando lo importante, como tuteándolos con cariño y además hablándoles en diminutivo, como conociendo sus sentimientos profundos, sobre todo sus debilidades, pero además, juzgandolos por sus acciones.

Señalo lo anterior por ser opuesto a la intención de William Somerset Maugham. Éste, presenta una historia trunca (sin comienzo, sin Flora, sin abolengos proletarios) y el narrador es el protagonista, el que habla es él, Gauguin. Lo cual hace que se presente un texto cuya historia está mucho más cercana al lector. Sí, mucho más intensa, más poética, más verosímil.

 


                


Nota: Las fotografías son bajadas de internet es lugares de libre acceso.


Comentarios

  1. Suena maravillosa, me encanta Gaugin.

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  2. Un gran comentario, muchas gracias por tu visión tan bien expresada.

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    1. Hoy me encuentro con "La servidumbre humana" del mismo W. Somerset y el personaje Felipe, se tropieza, en París como aprendiz de pintor, con la historia de esta novela sobre Gauguin, maravilloso anclaje.

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