Bajo el calor de su mirada…
Por: Carlos Luis torres G.
Hace pocos días, el 9 de diciembre, se cumplió un año más de la muerte de Clarice Lispector, esta escritora, nacida en Ucrania en 1920, llegó a Recife en brazos de sus padres que huían de las dificultades de la época. Posterior a la muerte de su madre se instalaron en Río de Janeiro; fue a la escuela y a la universidad para luego convertirse en esta portentosa novelista, que hoy reconocemos por su habilidad para escribir sobre sí misma, por su exilio interior y por una lucha continua de independencia en el pensar… que hizo una ruptura con las literaturas de la época.
La novela suya
que primero leí, hace ya varios años, fue “Un aprendizaje o el libro de los placeres”
(Editorial Suramericana, 1973, primera edición en español y traducida por Juan García
Gayo). Impacta pues comienza con una “coma”
(,). Es decir, no solo estamos en la mitad de la historia, estamos en la mitad de
una frase y aquella ha quedado atrás, con un signo que significa espera unos
segundos para el transcurrir de lo que sigue: la cotidianidad del pensamiento de
una mujer que se detiene en su observación interior, en mirar el entorno ya acostumbrado,
a las acciones de su pareja, en la contradicción que significa el vivir, el
pensar y el ser mujer. Pero efectivamente es una novela sobre el aprendizaje de
saber quién soy “Yo”. Ella, una maestra de escuela, él un profesor de filosofía
en la Universidad, ella una mujer huida de todo, se refugia en una ciudad
pequeña, se esconde de su familia para intentar ser ella y para eso, entre Ulises
y Lory, se sucede un encuentro lleno de desencuentros que le sirven a la
protagonista para construirse. Aparentemente es una novela donde la supremacía
la lleva él, quien dice, enseña, da lecciones de tranquilidad, pero no es
exactamente así, es simplemente el escenario para su construcción de mujer con
pensamiento propio, en medio de sus dudas y contradicciones. Novela femenina, iniciática,
donde el signo escritural, señala más pausas de las que estamos acostumbrados
en la grafía, ella corta la frase y deja un espacio para continuar, se siente el
silencio de palabras, la dificultad para tomar una decisión en la cotidianidad del sopor de la existencia.
La segunda
novela que leí, fue la primera que publicó a los 19 años, “Cerca del corazón
salvaje” y con la cual ganó el Premio Graça Aranha. En ella están sus recuerdos
de infancia, la vida de una niña que actúa diferente y piensa diferente, vive
con una tía en una casa frente al mar. Son capítulos muy cortos
con títulos que dan una certera indicación del tema: “el padre”, “la madre”, “el
baño”, “la tía” etc, pero en ellos suceden muchas cosas y casi al terminar cada
breve acápite, ella menciona al padre, por ejemplo, que da sentido al título pero a la vez,
golpea al lector que se asombra al sentirse en el corazón de aquella niña-mujer.
Cuando conoce a Otávio, continúa: "enamoramiento", “casamiento” y luego “el
profesor”, “la víbora” y paulatinamente, la evolución de esta mujer se concreta
en la profunda, aparente serenidad para resolver una situación amorosa difícil
en esta “pequeña familia”, como ella denomina. Los lectores que han llegado a
estas alturas, creen conocerla, creen estar habituados a su lenguaje, a sus
saltos temáticos, a su mirada en blanco y negro, a la pereza cotidiana de un matrimonio
sin hijos pero con amantes, crac, ella presciente en esta novela su vida futura.
Clarice
Lispector se casa con un diplomático brasilero, a quién acompaña como embajador
en Roma, en París, en medio de la guerra. Ella es voluntaria en hospitales como
colaboradora de la “Fuerza expedicionaria brasileña” durante la segunda Guerra,
viaja por toda Europa durante esos años que también le permiten dos hijos, una vida
burguesa de esposa de diplomático, también se permite el regreso, el divorcio,
volver a la escritura de tiempo completo, ser reconocida como la novelista
brasilera más importante de mitad de
siglo, dar conferencias, entrevistas, ser fotografiada y presentarse como una
mujer hermosa, que da sesiones de fotografías al lado de su máquina de
escribir, en su casa, en el balcón junto al mar, durante su caminar por los andenes
ondulados de mar de Copacabana, donde existe hoy en la Praia do Leme, una estatua suya,
sentada, pensativa, con un libro en las manos, como lo era, altiva, de profundos
y certeros ojos claros y un eterno cigarrillo colgado de sus hermosos dedos.
Clarice
escribió muchos cuentos, esta antología “Lazos de familia” de la editorial argentina
“el cuenco de plata”, edición cuidada, con una fotografía suya en la
portada como anucando, no solo la continuación temática de lo ya dicho en las
dos novelas que he mencionado, sino mostrando su rostro juvenil y ensimismado. Son cuentos cortos, anuncios de los temas
fundamentales de su obra… recomiendo “Imitación de la rosa” (ahora que lo
escribo, me doy cuenta que el tema del relato, su título, es muy similar al de
ese otro, del maravilloso bailarín Ruso Vaslav Nijinsky, quién se hizo famoso
con esa danza que me sedujo, “el espectro de la rosa”, ambos, dos seres
totalmente ensimismados.
Ella, Clarice Lispector,
murió en Río de Janeiro a los 56 años en 1977 victima de un cáncer de ovario. Su
muerte fue precedida por varios años de una gran depresión, ocasionada por un
accidente ocurrido cuando se duerme en su habitación dejando un cigarrillo prendido,
que ocasiona un incendio enorme, quemaduras en su cuerpo, en su mano y la
posterior inmovilidad, que dificulta la escritura. Hoy existen aproximadamente
70 cuadros al óleo, de mediano formato, pintados por Clarice, en un intento
suyo de reflexión constante, son imágenes abstractas, del color del trópico
brasilero, poblados dudas enormes, de figuras incomprensibles, monstruos de
color que se agitan en las profundidades marinas. Me asombro, es ella… muy de
color en femenino.
Este mes de
diciembre de 2023, recibí la llamada de mi amiga la poeta Luz Mary para
invitarme a escribir y luego leer algunos textos propios sobre la Lispector.
Digo que sí inmediatamente pues recuerdo ... hace años caminaba por Copacabana y de
pronto me encontré con ella, sentada, con un perro, … sí, su estatua, de un oscuro
profundo, que da cuenta que todo lo que he dicho, ha sido sentido bajo el calor de
su mirada.
Estos dos textos
que pongo abajo: uno, un poema para ella y el otro un cuento sobre ella… mil
perdones.
497.
A Clarice
Por: Carlos Luis Torres
Posada sobre sí misma, ella, amanece en el tiempo de la
huida.
Pregunta sobre ¿qué es el frío?, eso … que la abandona y deja
solo
el hueco en silencio. ¿Qué es el amor? Pregunta cuando lo ha
perdido:
un abismo no encontrado y pone a andar los dedos.
Revisa la cal del muro, pues desea poner las huellas de su
cabello
y escribir una canción que pensó cuando salió el sol, hace
muchos años.
También pintar la muerte y la espuma de una ola que se
enrosca
cuando la toca con sus pies de niña, cuando era.
Pone al piano no solo sus huellas sino también sus miedos.
Recicla silencios, deja que un hombre conviva en ella sin
conocerla,
y hace giros para enturbiarle la mirada. El bamboleo de su
cuerpo,
frente a la bahía, la sombra larga de su espalda, el regodeo
de su lengua
martillada con acentos repentinos y viajes entre sedas,
regueros de una interminable guerra y la preñez limpia de un
animal
junto al camino, le indujeron a poner mayor silencio entre
palabras,
mayor abismo en su mirar, mayor hondura en su salvaje
corazón.
Un humo rueda por años su escritura. Deja huellas en los
dedos,
profundas quemaduras, barrancos insondables en su alma,
la muerte bordeándole las sábanas, le arranca la esbeltez de
piel,
su vestido rojo, la mirada oblicua y dura de sus ojos,
y le pone, un día posterior a su muerte, la distancia inmensa
de un nombrarse, tan lejos, que a nosotros, simples y
asombrados,
seguimos su andar en taconeo por una playa con la luz,
que todos envidiamos, en su grafía.
Diciembre 15 del 2023
La miniatura
Por: Carlos Luis Torres G.
(para Luz Mary Giraldo)
Un pequeño dibujo apareció entre uno de los libros comprados esta tarde. Cuando los escogía, entre el montón que traía una jovencita muy delgada y tímida, lo agarré con mis dedos, era la primera edición de “Perto do coração selvagem” que vibró en mis manos pues de inmediato recordé esta publicación de 1944 y la miré a ella, que tenía los ojos puestos en otro lugar.
Tomé con cuidado la novela de Clarice y la puse a un lado, donde apilaba aquellas que definitivamente iba a adquirir. No he dicho aún que soy un librero de textos de segunda mano y que poseo un pequeño lugar en la esquina del Parque de Mejoras Públicas, en esta pequeña ciudad caliente y a veces demasiado húmeda. Mis clientes son exclusivos pues se acercan a buscar títulos, no secretos, pero si de difícil consecución, como el hombre de ayer que rosaba en alegría por aquella antología de Nadiezdha Mandelstam, de la cual no existe ningún ejemplar en el mercado, y que le mostré con cuidado y devoción.
Contar con un ejemplar del Premio Graça Aranha no es menos que un motivo de orgullo íntimo, y de esta versión en portugués, cocida y con algunas páginas sin abrir, como lo observé al instante, me produjo placer interior, y el deseo de llevarla a casa y colocarla en el portalibros de madera labrada, que poseo para estas cosas.
Eso hice, llevarla a casa, y en la noche, me lancé a degustarla, a poner en práctica mis escasos rudimentos del idioma, nada fácil con ella, aunque poseo una traducción de Teresa Arijón, nada mal. Página 33 y luego de abrirla con un estilete de madera muy delgado, que corresponde a la cola de un pato mandarín, esculpido a mano y lacado con cuidado, encuentro una pintura en miniatura de cuatro por tres centímetros. Nos es exactamente un óleo, son pequeñas hojas de vegetales puestos a secar y luego colocados con pinzas sobre fondos de acuarela unos, y otros, son un musgo muy seco y diminuto para dar la sensación de un camino a una casa de ventanas abiertas con marcos de color rojo y techos puntiagudos. Entre los árboles y a través de la ventana de mayor tamaño, observo con la ayuda de una lupa que utilizo para revisar marcas, huellas, letras diminutas, hongos sobre el papel, … logro distinguir perfectamente un cuadro.
Sí, es un fondo oscuro y una mancha de color amarillo en el centro, que representa un monstruo acuático con ojos redondos y una boca abierta, de color rojo, que se mueve amenazante en las profundidades, rodeado de tres huellas largas de color blancuzco, como si no hubieran dejado secar la pintura del fondo, por la prisa del pintor al querer darle un entorno que lo convierta en un ser agresivo y solitario en las profundidades marinas.
Me emociono porque tras la casa se muestran unas nubes de color blanco, y azul claro otras, pero me es imposible tener conciencia de la firma, sí de la fecha de realización de la obra.
Todos los que nos hemos acercado a las novelas y cuentos de la Lispector, todos los que la admiramos y hemos ido a conversar con ella en la Praia do Leme, donde existe una estatua suya, sentada en el borde de la verja de roca, al lado de su perro echado, con las piernas cruzadas igual que ella, mientras sostiene un cuaderno o libro de gran formato entre sus manos, con su altivez sonriente y sus hermosos dedos, sabemos que ella comenzó a pintar en busca de paz para continuar escribiendo, y lo hizo a comienzos de los años setenta, después del incendio donde perdió la movilidad de varios dedos.
Aquí está su cuadro preferido, tal vez, pero lo llevó al grado de suprema intimidad, al colgarlo en esa pared que solo es posible ver a través de la ventana y con una lupa gigante, para decirnos de su gran temor interior.
Me levanté a encender una lámpara de mayor tamaño, a encender un cigarrillo, a encender la cafetera para un largo y oscuro dopaje y a bajar en silencio a mi biblioteca para buscar la edición en español que dice en la misma página: “La casa de la tía era un refugio donde el viento y la luz no entraban. La mujer se sentó con un suspiro en la sombría sala de espera, donde, entre los muebles pesados y oscuros, brillaban apenas las sonrisas y los ojos redondos de los hombres enmascarados que la asustaron durante esas noches y a lo largo de su vida”.
Recordé de inmediato aquella hermosa canción de Caetano Veloso de aquellos 1968 cuando Copacabana permitía que Clarice deambulara con su taconear la sombra de las palmeras y el ondular de olas diseñadas sobre las aceras por Roberto Burle Marx…
“Que mistério
tem Clarice
Para guardar-se
assim tao firme
No coracao?
Bogotá, diciembre 21 de 2023
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