La guerra, el reportaje y la literatura …
Hace un año largo que empezaron
las grandes guerras de este siglo, pues las pequeñas y duras no cesan. Esta que
aparece después de Ucrania, y que tiene el sello claro de representar la búsqueda
de la libertad de los palestinos frente al despojamiento de su territorio en
1948, por la decisión de UN, tiene un tono sangriento y del horror, que es
difícil de aceptar, como lo es, el horror, en cualquier guerra.
Esta en particular, en tan pocos
días expresa un grado de rencor, de odio y de venganza como no lo ha tenido
otra, ni pueblo alguno, como este de Israel, en tan poco tiempo transcurrido.
No es fácil alejarse de la imagen
del horror que representó la larga y sangrienta invasión (20 años de guerra
ininterrumpida) a Vietnam por parte de los Estados Unidos para impedir que los
comunistas norvietnamitas unificaran el país. Allí, como hoy, los EU
intervienen para consolidar y defender sus intereses en ambos lugares, a cambio
de cualquier cosa, siempre un desmedido y brutal derrame de sangre.
No pude resistir la tentación de
leer a Oriana Fallaci en “nada y así sea”, son los diarios de esta periodista
italiana, que siendo muy joven se lanza como corresponsal de guerra en Saigón.
Poseo la primera edición de 1970 de la Editorial Noguer (España) y desde luego
también su libro, leído con fervor “entrevista con la historia”, tal vez el mismo
libro que pasó de mano en mano, en aquellos años setenta como testimonio,
ambos, de nuestro inconformismo con ese mundo que se cocinaba en la segunda
mitad de siglo.
Registro hoy el texto “nada y así
sea”, no solo por ser lo más parecido a la violencia practicada hoy, sobre
pueblo alguno, por parte de los Estados Unidos, como esa sobre el pueblo vietnamita,
sino también por ser este libro, más que un Diario de Guerra, una obra de
literatura. Posee la traducción respetuosa con los insertos en otros idiomas de
Fernando Gutiérrez, sino además el cuidado de la prosa poética que requiere un
Diario íntimo de una joven mujer que se despide de su hermana menor, quién le
hace, antes de salir de Europa, la pregunta fundamental de nuestra existencia:
“¿qué es la vida?”. El texto que tengo entre mis manos intenta responderla, y
para ello va hasta el infierno y conversa con los muertos y se devuelve para
que los pocos vivos le ayuden a contestarla.
Un Diario íntimo, pues deja fuera
de este, su trabajo de corresponsal occidental que debe escribir una noticia
semanal y enviarla por los teletipos de aquella época, que sonaban de redacción
en redacción en los periódicos del mundo. Pone en este libro, su ingenua
aparición en el frente, su desprecio inicial con el soldado del norte y
paulatinamente recoge la sangre, la masacre a la población civil por parte de
los bombardeos norteamericanos, y se sumerge en la selva después de presenciar
las inmolaciones budistas, la quema de miles de bosques, los fusilamientos y
las cárceles cargadas de norvietnamitas, hombres y mujeres de juventud y niñez
devastadora. Se sumerge en el pensar, en el creer del hombre oriental y pone
justicia a su lado, huye, corre, llora e intenta como lo haría cualquier mujer,
adoptar una niña del Vietnam.
La poesía cruza este libro, no
solo por las imágenes que ella misma se obliga a escribir: “es esta gota de luz
que tengo en la mano”, dice, sino también porque recupera de las libretas y
cartas recogidas de los bolsillos de los soldados norvietnamitas, poemas de
amor absolutamente hermosos, poemas de guerra absolutamente delicados. Los hace
traducir, desde ese idioma, los pone al francés y luego al español, los leo y
son un sendero que me permitió sufrir este libro con belleza, recorrer sus
páginas con la emoción de una aventura de guerra, leerlo como una confesión de
una mujer que lucha por ser ella, en medio de la adversidad.
Pongo dos apartes del mismo al
final de esta nota, no sin antes ratificar que me acerqué al terrible drama de
palestina, por este otro lado, 56 años después del fin de la guerra, y constaté
cómo en Oriente Medio, y durante esta guerra de usurpación de 75 años, la
poesía, es y será siendo, el único alivio contra estos malos tiempos.
Cerré el libro con la clara
certeza, que el fin de la guerra que se vivió en Vietnam, solo termina con la
derrota y la salida del ejército norteamericano.
Cerré el libro para decirme lo
parecido que son estas dos guerras, en lo político (de territorio), en la
participación de EU (una directa, otra indirecta, repetir lo del siglo pasado
no sería apropiado), en lo sangrienta, en lo destructora de ciudades, en la
muerte de civiles niños, en lo desigual. Claro mucha son las diferencias hoy
con la masacre del pueblo palestino.
(El padre Bill, capellán de un
escuadrón del ejército norteamericano dice: “Y los absuelvo cuando se mueren, los
absuelvo. Y los absuelvo también cuando no mueren. Yo absuelvo siempre, los
absuelvo a todos. Norteamericanos, norvietnamitas, vietcong… Para mi son todos
iguales, son criaturas con una nariz y dos brazos y dos piernas, que combaten
porque se lo han ordenado. Los soldados no tienen la culpa. En un soldado no
veo nunca un hombre que quebranta el primer mandamiento: no matar. No es su
dedo el que aprieta el gatillo, es el dedo de quién se lo mandó. La guerra,
¿sabe? … desde que Caín mató a Abel, la guerra forma parte de la naturaleza
humana… pero no por esto la acepto. Y no estoy aquí para defender la guerra,
estoy aquí para ayudar a quién se ve obligado a hacerla”).
(Recordemos que los budistas se
inmolaban, también las monjas, hacían esto como señal de protesta contra la
invasión. Una venerable madre, aprueba
las solicitudes presentadas: “… de todas esas ciento cincuenta solicitudes
¿cuántas serán aceptadas? – Las que sean necesarias; todas si fueran menester.
El único motivo por el cual a veces vacilo en dar la autorización es la
necesidad de controlar el martirio, y los que quieren el martirio son sobre
todo los jóvenes. No es justo que sean siempre ellos los que mueran”).
(Un poema de un soldado
norvietnamita, que salió de su aldea hace mucho tiempo y se iba a casar muy
pronto, dice:
“En Quang Binh, mi querida aldea,
los ríos discurren mejor,
los cocoteros dan sombras más largas,
los pinos marítimos regalan los piñones más grandes
con suaves zambullidas corteses.
En Quang Binh el verde es más verde
y el viento trae un perfume de arroz florido
y las garzas reales cubren los campos con sus alas blancas
y la arena resbala por encima de uno como una caricia.
Porque en Quang Binh estás tú”.)
El Diario de la Fallaci termina con un capítulo que busca poner una
estocada, y lo hace brillantemente. Hacía mucho tiempo que mi corazón no
cabalgaba sobre un libro, y esta vez lo hizo sobre la Plaza de las Tres
Culturas, en ciudad de México, cuando ocurre la masacre de Tlatelolco. Oriana
había sido encargada de cubrir las revueltas estudiantiles y obreras que
estaban ocurriendo durante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz y acompañó
a los estudiantes al balcón donde hablarían… fueron ametrallados por aviones y tanques
ordenados por el gobierno.
Con una vibrante y emotiva prosa, desde su lecho en el hospital donde fue operada por las tres heridas de bala, ella escribe artículos y relata la masacre, nunca vi esto en Vietnam, dice, allá en la guerra uno se puede esconder, aquí está atrapado e indefenso con un revolver en la frente que sostiene un policía con las manos enguantadas de blanco y las balas desde los helicópteros cayendo muy cerca. Describe los niños caer y los estudiantes y obreros. Termina, ahí donde debía terminar, con la desconfianza en el hombre y deseando haber nacido al lado de los árboles o los animales.
“Padre nuestro que estás en los cielos, danos hoy la matanza de cada día, líbranos de la piedad, del amor, de la enseñanza que nos ha dado tu hijo. Porque no sirvió de nada, no sirve para nada, y así sea.”
(Carlos Luis Torres, octubre 30 de 2023
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